Dios ha usado a cristianos consagrados para que millares y millones se acerquen a Jesucristo. Ahora bien, ¿cuáles han sido algunas de las características de estos hombres tan utilizados por Dios? En todos los casos eran hombres de fe, de pureza, de oración. Por ejemplo, el evangelista Moody (quien predicó el evangelio de Jesucristo a más de 100 millones de personas en su tiempo), pidió a Dios que moviera las montañas de incredulidad en las almas de los hombres–y Dios contestó.

Este gran siervo del Señor dijo, refiriéndose a la oración: “Las oraciones de algunos hombres tendrían que ser cortadas en ambos extremos y avivadas con fuego en el medio.”

¿Qué de sus oraciones? ¿Tienen fuego? ¿Llegan al oído de Dios? ¿Mueven los corazones de los hombres?

Permítame que brevemente describa la clase de oración que Dios se deleita en responder. Si usted sigue estos principios, Dios habrá de ungir sus oraciones con fuego celestial.

En primer lugar, debemos creer. ¿Cree usted que Dios puede y está dispuesto a contestar sus oraciones? “Claro que puede hacerlo,” dice usted, “pero no estoy seguro de que El quiera contestarlas.” En Hebreos 11:6 leemos: “Sin fe uno no puede agradar a Dios. El que quiera acercarse a Dios debe creer que existe y que premia a los que sinceramente lo buscan” (BD).

La incredulidad es un problema tan serio como la falta de oración. Muchos cristianos no creen que Dios en realidad les dará lo que ellos piden. No es de extrañar, entonces, que sus oraciones carezcan de unción y de fuego de lo Alto. La Biblia claramente enseña que Dios contesta las oraciones hechas con fe.

En segundo lugar, debemos pedir. “Si no tienen lo que desean, es porque no se lo piden a Dios” (Santiago 4:2 BD). ¿Recuerda usted la historia del ciego en el Evangelio de Marcos capítulo 10? Ansiaba encontrarse con Jesús. Cuando el encuentro tuvo lugar, Jesús le preguntó: “¿Qué quieres que haga por ti?” Jesús quería que este hombre le pidiera lo que deseaba. Dios anhela derramar sus bendiciones–sólo tenemos que pedirle.

El ciego, entonces, fue directo en su pedido. “Señor, quiero ver.” El no anduvo con rodeos como a veces hacemos nosotros. Tratamos de convencer y hasta de forzar a Dios con nuestros pedidos largos y detallados, y nuestras explicaciones. Lo que necesitamos es cortar todo el palabrerío y ser directos en lo que le pedimos. Eso es lo que llena de poder y de fuego celestial nuestras oraciones.

En tercer lugar, debemos confesar el pecado. El salmista escribió: “El no me habría escuchado si yo no hubiera confesado mis pecados” (Salmo 66:18 BD). El pecado ahoga las llamas de la oración. El pecado inconfeso extingue más oraciones de lo que imaginamos.

El Rey Saúl se angustió cuando al final de su vida se dio cuenta de que Dios no respondía sus oraciones (1 Samuel 28:6). Saúl había permitido que el pecado no confesado levantara una pared entre él y el Señor. ¿Hay algo entre usted y Dios? Si lo hay, confiese sus pecados y experimente otra vez en su vida la renovación de Dios en acción.

Muchos predicadores y evangelistas ungidos por Dios iniciaron sus campañas de evangelización instando al pueblo de Dios a orar. El fuego del avivamiento que hemos visto y estamos viendo en tantas ciudades no es encendido sólo por los predicadores. Es encendido por las oraciones de los cristianos que creen en Dios, confiesan sus pecados y ofrecen a Dios oraciones que El se deleita en contestar.

Lo insto a hacer su parte desde este día, y a recibir respuestas concretas del Señor. Comience a orar la clase de oración que El se deleita en responder.

Luis Palau