por Dr. Jaime Mirón
Hace tiempo vino a verme Jorge, un hombre de negocios, anciano de su iglesia, que había cometido adulterio. Entristecido por el dolor que había causado a su esposa e hijos, disciplinado por su congregación (aunque no todos los apartados están bajo disciplina eclesiástica), excluido de su grupo familiar, quebrantado y arrepentido, deseaba volver al Señor, a su iglesia y a su familia.
Basándome en esta triste historia verídica, mencionaré 3 principios que considero indispensables en el consejo y la restauración de un apartado.
1) Tener la seguridad de que el arrepentimiento es genuino. Es común que un apartado sienta pena o remordimiento pero que no esté arrepentido. La Biblia dice que Judas tuvo remordimientos por su proceder, y sin embargo nunca se arrepintió (Mateo 27:3). Es preciso sentir pena y dolor por el pecado, pero no es suficiente. Hay muchos que sienten profunda pena por las consecuencias (ej: la pena que este hombre causó a su familia), pero no por el pecado en sí.
Este era uno de los problemas de Jorge. Cuando empezamos a “desempacar” su problema noté que nunca usó la palabra “pecado” al referirse a la mujer con quien había cometido adulterio. “Amaba” tanto a la joven que no podía admitir que la relación era pecaminosa.
Tuvimos que pasar tiempo en la Palabra de Dios y en oración para que él se diera cuenta de que sentir remordimiento no era suficiente, y que hasta que viera esa relación como la ve Dios y comprendiera cuán horroroso era el pecado, no habría alivio ni para él ni para su familia. Jorge no solamente confesó su pecado sino que además pidió perdón a su esposa. Antes de declararlo “restaurado” veamos 2 principios más.
2) Investigar los factores contribuyentes. Después del perdón y el arrepentimiento es imprescindible tratar con los factores que alimentaron el problema. Es importante resolver no sólo el problema principal (en este caso el adulterio) sino también los factores usados por Satanás para concebir ese pecado. La investigación ha de ser exhaustiva para que, dadas las mismas circunstancias, no haya reincidencia. Preguntemos qué pasó, qué tiene que cambiar para que no ocurra de nuevo.
En la vida de Jorge había varios factores contribuyentes, pero por falta de espacio menciono sólo dos. El primer factor tenía que ver con la relación con su esposa. Cuando se casaron, Jorge siguió el patrón cultural de su país, donde la esposa sirve para limpiar la casa y tener hijos pero no es la amiga y confidente del esposo, es decir no es “una ayuda idónea” (Génesis 2:24). Cuando principiaron los problemas financieros en su negocio, en vez de pedir consejo de su esposa y orar con ella, la mantuvo aislada con la explicación “no quiero que te preocupes”. Entonces, con el propósito de reorganizar su negocio, Jorge empleó a una muchacha 20 años menor que él que tenía excelentes referencias como administradora. Los dos pasaron horas juntos estudiando cuestiones contables, tomando café, hablando, riéndose, etc.. En efecto, casi sin querer, ella había asumido el lugar de esposa como amiga y confidente. Es peligroso cuando un miembro del sexo opuesto ocupa el lugar propiamente apartado por Dios para el cónyuge. No es de sorprenderse que hayan terminado “locamente enamorados.”
Durante las sesiones de consejos, Jorge entendió el error y, ante su esposa, hizo votos de cambiar la manera en que dirigía su matrimonio.
Otro factor contribuyente ilustra un problema demasiado común: la amargura. Jorge provenía de una familia con tradición evangélica en un pequeño país donde las lenguas son largas y las distancias cortas. Tenía seis hermanos, todos creyentes, todos profesionales. Ninguno jamás había sufrido un trastorno financiero; todo lo contrario. Cuando el negocio de Jorge estaba por irse a pique, sus hermanos ofrecieron tapar el problema con ayuda financiera. Pero cuando Jorge se dio cuenta de que la ayuda venía para que no se difamara el apellido, no de corazones preocupados por él y su familia, en su alma nació una raíz de amargura. En forma inmediata, Jorge rehusó la colaboración de sus familiares y empezó a trabajar día y noche, con la ayuda de la nueva administradora, a fin de demostrar que él solo podía bastarse. Después de haber cometido adulterio, su amargura se hizo más profunda cuando los hermanos lo acusaron de haber deshonrado el buen nombre de la familia.
Para Jorge fue extremadamente difícil confesar la amargura a Dios (1ª Juan 1:9) y perdonar a sus hermanos debido a las actitudes pecaminosas de ellos. Sin embargo, tuvo que hacerlo a fin de limpiar su conciencia y llegar a la restauración total.
Sin duda en la vida de cada apartado fueron varios los factores que alimentaron su alejamiento de Dios y de la iglesia e impiden su regreso. Algunos son tan evidentes como la falta del fiel estudio de la Palabra de Dios, el no congregarse de manera disciplinada, la falta de prioridades bíblicas en la vida, pecados obvios, etc. Otros factores pueden ser más sutiles, tales como desengaños, amargura, conceptos equivocados acerca de Dios y/o la vida espiritual, condicionamiento previo, pecados escondidos, etc.
3) Exhibir frutos dignos de arrepentimiento. Una persona apartada que se ha arrepentido y ha investigado todo los factores contribuyentes, debe entonces pensar en mostrar frutos dignos de arrepentimiento (Lucas 3:8). ¿Qué frutos debieran ver en la vida del apartado los líderes de la iglesia, los que allí se congregan, la familia, (y el apartado mismo a fin de comprobar que existe arrepentimiento genuino? En la vida de Jorge los líderes de su iglesia tenían que asegurarse de varias cosas:
a) Que Jorge pidiera perdón a su esposa por el adulterio y por no haber dejado que ella fuera “ayuda idónea”. Lo instruyeron a fin de que aprendiera a vivir con su esposa “con sabiduría” (1ª Pedro 3:7).
b) Que hubiera evidencia de que Jorge había perdonado a sus familiares de corazón.
c) Que una vez más estuviera íntimamente relacionado con su iglesia local.
d) Que tuviera una hora devocional.
e) Que tuviera amistades cristianas.
f) Que leyera buenas revistas y libros edificantes.
g) Que empezara a buscar un ministerio en su iglesia.
h) Para resumir todos los frutos, que tuviera que dar razón de sus acciones a otro(s) creyente(s). Esto resalta la importancia de tener que rendir cuentas a personas maduras en la fe durante una etapa prolongada. Parte de los consejos y el proceso de restaurar a un apartado es un grupo de discipulado. Estas personas podrán atestiguar que quien se había apartado de Dios y de la iglesia, exhibe ahora los frutos dignos de arrepentimiento.