por Cristian Franco

«De los hijos de Isacar, doscientos principales, entendidos en los tiempos, y que sabían lo que Israel debía hacer, cuyo dicho seguían sus hermanos». (1 Crónicas 12.32)

Si deseamos responder al mandato del Señor Jesús y llevar a cabo una permanente y efectiva tarea de evangelización integral ?que transforme al hombre y la mujer en forma individual, considerando todas las áreas de la vida? los cristianos deberíamos reflexionar sobre nuestro proceder, evaluar los frutos que hayamos obtenido por nuestra labor y pensar acerca de los desafíos que enfrentamos, tanto en el futuro inmediato como a mediano y largo plazo.

Porque sería una tragedia si no lográramos escapar de la inmediatez que todo lo carcome al ritmo de la ansiedad y no supiéramos cómo instrumentar nuevas metodologías que sirvan como elementos de comunicación del perenne mensaje de salvación.

De cara a nuestro mañana como iglesia cristiana, ¿qué realidades tendríamos que considerar para efectivizar nuestra misión? Las siguientes son algunas de ellas:

Anunciar a Jesucristo

«Pero cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos a mí mismo». (Juan 12.32)

Aunque sea triste admitirlo, muchas iglesias han dejado de predicar acerca de Jesús. ¡Se han convertido en una parodia de lo que debería ser el auténtico cristianismo! Poco a poco se desviaron del bendito evangelio y le han cedido sus púlpitos a una manera de predicar que nada tiene que ver con la Palabra de Vida que transforma al ser humano.

Términos tales como «pecado», «sangre», «perdón», «arrepentimiento», «sacrificio» y tantos otros están ausentes en el mensaje que proclaman, y el nombre de Cristo se utiliza tan solo como un aderezo para condimentar un cúmulo de expresiones que desde el vamos se saben insípidas y carentes de poder para transformar las vidas en forma radical.

No debería extrañarnos, pues, descubrir que a pesar de lo que digan los números y las estadísticas, los salones llenos y las manos alzadas, nuestro continente sigue teniendo altos índices de corrupción, violencia familiar, delincuencia, suicidio, divorcio, drogadicción, discriminación y todos los males que el evangelio puede cambiar cuando es recibido con fe, arrepentimiento y humildad en el corazón del ser humano.

William Temple escribió alguna vez: «Evangelizar es presentar de tal manera a Jesucristo en el poder del Espíritu Santo que los hombres lleguen a poner su confianza en Dios por medio de Él, a aceptarle como su Salvador y servirle como a su Rey en la comunión de la iglesia».

Entendámoslo y creámoslo de una buena vez: ¡no puede haber cristianismo sin Cristo! ¡No habrá transformación social si no le damos a Jesús el lugar que le corresponde, tanto en nuestra relación con Dios como en cada uno de nuestros procederes!

Alcanzar a todos

«Me siento en deuda con todos, sean cultos o incultos, sabios o ignorantes». (Romanos 1.14)

Necesitamos readaptar los métodos a fin de alcanzar a toda la gente y dejar de «pescar en la pecera». Esta frase, que por repetirse hasta el hartazgo quizás haya perdido su fuerza, debería llevarnos a sentir vergüenza por desperdiciar tantos recursos de parte del Señor en esfuerzos infructuosos, activismo desgastante y compromisos que Jesucristo jamás le ha pedido a Su iglesia.

Antonio Cruz escribió: «La predicación del mensaje del salvación concierne a la iglesia y debe ser ella quien medite y asuma la responsabilidad de proponer formas y métodos adecuados para la realización de dicha tarea».

El Señor nos encargó llegar a todos: ricos y pobres, socialistas y capitalistas, heterosexuales y homosexuales, judíos y palestinos, niños y adultos, jóvenes y ancianos, hombres y mujeres, famosos y anónimos, intelectuales e ignorantes, poderosos y oprimidos, sanos y enfermos, limpios y sucios, saciados y hambrientos, carismáticos y tímidos, creyentes y ateos. ¿Por qué, entonces, no nos ponemos de acuerdo para hacer lo que tenemos que hacer?

A veces pienso qué ocurriría si los cristianos nos pusiéramos de acuerdo en tres aspectos: investigar seriamente nuestras sociedades y descubrir qué sitios todavía no han sido alcanzados, unir esfuerzos para llegar efectivamente a cada uno de ellos con el mensaje y el amor práctico por el prójimo, y decidir enfocar toda inversión de dinero, tiempo, talentos y esfuerzo en llevar a cabo la misión que nos encomendó nuestro Señor. ¡Y esto sin considerar quién realice la tarea ni quien se lleve la «foto» por los logros obtenidos! (¡Ah! ¡Cuánto debemos cambiar si queremos transformar nuestra generación!).

Comunicar claramente

«Pero si yo ignoro el valor de las palabras, seré como extranjero para el que habla, y el que habla será como extranjero para mí». (1 Corintios 14.11)

Seamos sinceros y honestos: la gente que todavía no conoce a Jesucristo como Señor y Salvador y Salvador a veces no logra entender lo que decimos ni lo que creemos. Es notable comprobar cuántos hombres y mujeres se maravillan al escuchar una explicación sencilla pero profunda de las verdades del evangelio, libres de composiciones y añadiduras de factura religiosa.

Por eso, debemos esforzarnos por conocer nuestra cultura, leer los libros que las personas leen, prestar atención a las canciones populares, amar nuestras raíces sin por ello caer en nacionalismos ni fanatismos que solo logran separar a la gente.

No es justo ni deberíamos permitirnos comunicar el mensaje de Jesús con palabras que nadie logre comprender. ¡Seamos claros! ¡Hablemos de beneficios y también de obligaciones! ¡Promesas y obediencia! ¡Bendiciones y requisitos!

Proveer espacios de participación

«Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos». (Hechos 2.46-47)

Una de las mayores carencias del cristianismo actual es la mínima participación que le damos a la gente en el desarrollo de la vida congregacional. Sí, es cierto que han surgido nuevas metodologías que han logrado descentralizar la vida cultica de modo que cada cristiano redescubra su responsabilidad y privilegio como sacerdote del Señor. Sin embargo, es necesario decir que en ocasiones dichas estructuras solo reproducen lo que querían evitar, generando así una multiplicación de actividades y compromisos que terminan por asfixiar la frescura de quienes deberían crecer en su fe, desarrollar familias saludables y servir al Señor en medio de la sociedad.

Como cristianos necesitamos recuperar la capacidad de nuestro Maestro para escuchar a la gente. ¡Hablamos demasiado! Por ello, cambiemos de estrategia y escuchemos más a las personas ?más allá de que nos guste o no lo que digan? y tomemos nota de lo que dicen. ¡Aprenderíamos tanto si nos dispusiéramos a escuchar un poco más a la gente! Estoy seguro de que lograríamos ser mucho más efectivos en nuestra misión y sabríamos qué proveer si decidiéramos obrar de esa manera.

Hacer discípulos

«Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos». (Romanos 8.29)

Qué sorpresas nos si realizáramos una encuesta entre los miembros de nuestras congregaciones y les preguntáramos cuál es la meta principal en la vida cristiana. Algunos responderían: ?«Evangelizar», otros: ?«Cambiar la sociedad», y algunos: ?«Vivir para adorar a Dios». Lo llamativo del caso es que estas y muchas más son realidades que debe vivir cada persona que ama a Jesucristo y lo sirve como Señor y Salvador, pero que en ninguna medida constituyen el objetivo principal sino que son consecuencias ?frutos? que deberían seguir a un verdadero discípulo de Jesús.

La meta de las metas, el propósito principal, lo que Dios desea de cada hombre y mujer es llevarnos a un perfeccionamiento continuo de nuestra persona ?¡carácter!? de modo que nos parezcamos más a Jesús. En otras palabras: llegar a ser como Jesucristo es la meta fundamental de la vida cristiana. Todo lo demás llegará como resultado de mantener esta realidad en perspectiva.

Allí, pues, se encuentra uno de los mayores problemas que debe enfrentar el cristianismo, y no solo el latinoamericano sino en todas las naciones del planeta: lograr que cada creyente se transforme en discípulo, alguien que dedica cada minuto de su vida a imitar ?¡seguir, obedecer!? a su Maestro.

El Pacto de Lausana dice en uno de sus pasajes: «Evangelizar es esparcir las buenas nuevas de que Jesucristo murió por nuestros pecados y fue levantado de entre los muertos de acuerdo a las Escrituras y que como Señor que reina, Él ahora ofrece el perdón de pecados y el don libertador del Espíritu a todos los que se arrepienten y creen.

«Al extender la invitación del evangelio no tenemos la libertad de esconder el costo del discipulado. Jesús aún invita a todos los que quieran seguirle a negarse a sí mismos, a tomar su cruz y a identificarse a sí mismos con su nueva comunidad. Los resultados del evangelismo incluyen obediencia a Cristo, incorporación a su iglesia y servicio responsable en el mundo».

Todos los hombres y las mujeres de fe en Jesús deberíamos preguntarnos cada noche, al terminar la jornada: ?«Hoy, al concluir otro día, de acuerdo a las enseñanzas de la Biblia, ¿me parezco más a Jesús que ayer?» Si la respuesta fuera negativa, tendríamos que posponer cualquier actividad, evento o responsabilidad, arrepentirnos y ?en el poder del Espíritu Santo? cimentar nuestra vida en la Roca inconmovible de los siglos.

Está claro: no deberíamos ganar prosélitos que adopten una forma externa sino sino cooperar con Dios para que las personas sean transformados por el amor de Cristo, de modo que la imagen y semejanza del Creador se plasme en sus propias vidas.

Planificar a futuro

«Pero ahora, no teniendo más campo en estas regiones, y deseando desde hace muchos años ir a vosotros, cuando vaya a España, iré a vosotros; porque espero veros al pasar, y ser encaminado allá por vosotros, una vez que haya gozado con vosotros. Mas ahora voy a Jerusalén para ministrar a los santos». (Romanos 14.23-25)

La cultura latinoamericana no suele propiciar una planificación estratégica hacia el futuro. Si alguien indagara acerca de los planes que la iglesia cristiana tiene para los próximos 50 años en la región, probablemente se quedaría sin respuesta. ¡En realidad, si tan solo preguntara acerca de los proyectos para los siguientes cinco años también recibiría silencio como contestación!

Dejemos de perder dinero, tiempo y esfuerzo en planes trasnochados y frustraciones anunciadas, y aprendamos de nuestro Maestro, cuyo plan de vida estuvo perfectamente trazado desde que sus padres terrenales lo escucharon decir: ?«¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?» (Lucas 2.49)

Tomemos nota del apóstol Pablo, de quien podemos descubrir ?en el libro de los Hechos y en sus cartas? que acostumbraba planificar hacia el futuro, independientemente de los sentimientos, la oposición o la carencia o abundancia de recursos.

Para ello se hace imprescindible que todos los representantes del cristianismo nos sentemos en torno a una mesa de diálogo y, en un esfuerzo conducido por la humildad, nos propongamos delinear las realidades de nuestro continente. En otras palabras: definir cuáles son las demandas y las tendencias (¿hacia dónde van nuestras sociedades?) y enfocar nuestro accionar hacia adelante, con una mirada puesta en el pasado ?como acción de gracias y para aprender las lecciones de la Historia? y otra en el presente, sin descuidar los requerimientos inmediatos y urgentes.

Una agenda hacia el futuro ?cincuenta, veinte o diez años? nos llevaría a pensar más allá de nuestra generación (sin importar si veremos o no lo que planifiquemos) y establecer los pasos a seguir para cumplir con nuestra misión en el sitio en donde el Señor nos colocó para ser testigos de Él. ¡Pensar en el mañana en forma seria, humilde y responsable!

Me conmueve la oración de aquel pastor decía: ?«¿Qué dirán mis nietos y bisnietos cuando indaguen acerca de lo que haya hecho en mi presente pensando en el futuro? ¿Dirán que he sido responsable o que me resigné a vivir mi realidad y dejar todo como estaba? ¡Señor! ¡Qué jamás le ceda el control a esa clase de individualismo que solo piensa en el hoy y no planifica hacia el mañana!»

Una bellísima canción latinoamericana encierra uno de los deseos que todo discípulo de Jesús debería acariciar: «América será para Cristo», escrita por el guatemalteco Alfredo Colom hace varias décadas:

América será para Cristo
el único camino hacia a Dios
verán lo que sus ojos no han visto
con solo caminar de él en pos

América será para el Cielo
el Cielo que Jesús preparó
el día en que tan rápido vuelo
al lado de Jesús estaré

Los pueblos que han estado dormidos
sabrán que Dios les ama en verdad
Alaska y los Estados Unidos
México y también Canadá
los pueblos que componen el Istmo
y todos los del sur lo sabrán
sin Cristo nunca habrá cristianismo
sin Cristo solo reina Satán.

Colombia, Panamá y Venezuela
Bolivia el Paraguay y Ecuador
Tendrán la paz de Dios que consuela
La paz que nos dejó el redentor

Y Chile el Perú la Argentina
Y Cuba el Paraguay y el Brasil
Y el grupo de las islas Marinas
Tendrán sus bendiciones también

La bella Guatemala y Honduras
la hermosa Nicaragua también
Tendrán en las edades futuras
La vida y la salud del Edén

y Dios bendecirá a Costa Rica
y Dios bendecirá al Salvador
Naciones aunque sean tan chicas
Son grandes a la paz del Señor

¡Pues ese es el deseo de nuestro Señor y Salvador! Pero en gran medida, la concreción de tan noble anhelo dependerá directamente de lo que decidamos hacer en respuesta a las demandas del Señor y los desafíos en este preciso momento de la Historia.

Cristian Franco, evangelista, director de Fundación Cercanos
Buenos Aires, Argentina (cristian.franco@cercanos.org)

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