por Derek Bigg
Todo estudiante de la Biblia desea la pura verdad y no algo parcial, incompleto, desequilibrado, algo carente del marco teológico. Para hacerlo es necesario destacar algunos escollos que se han de evitar. La siguiente lista no es exhaustiva.
1. Incumplimiento en el leer
Hay miles de creyentes en el mundo de hoy que desean leer la Biblia, pero no poseen ni una sola copia. Por contraste, nosotros que tenemos las Escrituras muchas veces somos negligentes en su lectura. De modo que el primer escollo es simplemente ¡el dejar de leer la Biblia! Falta básica e inexcusable.
La Biblia es la fuente primaria del alimento espiritual leerla debe ser, por tanto, una prioridad, por muy atareados que estemos. Y no solamente leer. Hay que meditarla. Esto supone reflexionar sobre el significado del texto y ponderar cómo se aplica a nuestras vidas.
Además de la lectura devocional cotidiana, conviene que nos pongamos a leer toda la Biblia cada año o cada dos años. Así se asegura que no omitamos aquellas partes que consideremos menos atractivas. Sí, es preciso leer Levítico y Ezequiel. Pero la tentación perenne es concentrarse exclusivamente en los salmos, los evangelios y otras porciones más «apetitosas». Es de valor leer las Escrituras a grandes trozos, quizás un libro entero de golpe. Así se coge lo esencial a vista de pájaro.
2. Pereza mental
Fácilmente leemos la Biblia casi sin pensar en lo que dice. Estamos en «piloto automático» y, al finalizar, ¡no sabemos qué hemos leído! Ha sido una lectura mecánica, sin esfuerzo. Hemos cedido a la pereza mental.
Quizá nos hagamos la ilusión, al leer un pasaje conocido por enésima vez, de que ya lo entendemos perfectamente. Por tanto, no esperamos aprender nada nuevo. ¿No hay nunca sorpresas en la Palabra de Dios? No es que busquemos novedades. Pero sí debemos leer espabilados, en un espíritu de expectación. Si nos estancamos mentalmente, nuestra vida espiritual sufrirá.
Amar a Dios con toda la mente y con todo el entendimiento (Mr. 12:30, 33) supone dejar que la mente sea estimulada continuamente y, también, renovada mediante el estudio de la Biblia, para que se transformen nuestro pensar y nuestra conducta (Ro. 12:2).
3. Formalismo
¿La Biblia controla tu mente? ¿Penetra tu corazón? ¿Remuerde tu conciencia? Para un hebreo, éstas habrían sido tres variaciones sobre una sola pregunta, ya que según el pensamiento hebreo no hay distinción bien definida entre corazón, mente y conciencia. (Obsérvese cómo Pablo agrupa todos ellos en Romanos 2:15).
Como quiera que lo expresemos, nos plantea la cuestión del formalismo. Somos víctimas del formalismo si la Palabra de Dios no afecta nuestra manera de vivir al desafiar la mente, el corazón y la conciencia. ¿Qué es la Biblia? ¿Resulta ser en la práctica un libro de texto cualquiera? ¿Ha dejado de ser para ti la Palabra viviente del Dios viviente?
La raíz del formalismo es a menudo una actitud rebelde del corazón y una mente insumisa, que producen una conciencia embotada. El único remedio es permitir que la Biblia nos domine corrigiendo tanto nuestra actitud como nuestro pensar.
4. Superstición
¿Son supersticiosos los evangélicos cuando manejan la Biblia? Algunos, sí. Quizá la mayoría, al menos de vez en cuando.
La superstición se manifiesta si se lee la Biblia como si fuese un libro mágico. Puede ser, por ejemplo, que la lectura devocional de hoy «me indique claramente», como por encanto, el camino a seguir ante una decisión importante. O tal vez busco la solución de un problema abriendo la Palabra de Dios al azar y ?vaya milagro? el primer versículo que leo me lo resuelve.
¿Y si el versículo escogido al azar fuese: Judas «se ahorcó» (Mt. 27.5)? ¿Y si luego, descartando esto como absurdo, me posara sobre: «Ve, y haz tú lo mismo» (Lc. 10:37)? Aprendamos que el Señor no nos habla normalmente de esta forma. La Biblia no es una cantera de pensamientos de oro que se pueden extraer según la necesidad del momento.
Analicémoslo un poco más. Mi preocupación por el problema o por la decisión que tengo que tomar puede predisponerme a ver lo que quiero ver en la Biblia No es entonces la voz de Dios sino una trampa psicológica. ¡Y esta trampa me ahorra la labor de sopesar todos los factores para llegar a una conclusión racional!
Si este enfoque merece la designación de «supersticioso» en el contexto religioso, se puede calificar de «existencialista» desde el punto de vista filosófico. Esto significa que la Biblia no es en sí la Palabra de Dios. Más bien contiene la Palabra de Dios. Es decir, viene a ser la Palabra de Dios para mí personalmente en una situación dada.
Huelga decir que las Escrituras pierden así su objetividad. Yo mismo determino subjetivamente cuándo y en qué circunstancias Dios me habla. Además, el significado del texto bíblico es una creación mía, derivada de esas circunstancias. Lo que debo hacer, cada vez que leo la Biblia, es buscar el significado que se proponía el autor original y partir de ahí.
5. Oportunismo textual
¿Cuántas veces hemos oído las palabras «La Biblia dice…»? Son palabras intrínsecamente potentes. Puesto que la Biblia es nuestra autoridad final, nos sentimos obligados a escuchar. Pero hay situaciones en las que no debemos prestar atención. No hemos de hacer caso de lo dicho si se trata del oportunismo textual.
Este fenómeno se expresa de varias maneras. Por ejemplo, estamos tentados a emplear un texto bíblico como percha para nuestras propias ideas. Primero, mi parecer; luego un texto para apoyarlo. Debe ser al revés. Nuestras ideas deben ser moldeadas por las Escrituras. Todos tenemos nuestras preconcepciones. Pero hay que juzgarlas a la luz de las enseñanzas bíblicas.
Es posible reducir la evangelización al oportunismo textual. El inconverso se ve simplemente como un «blanco», y disparamos textos sueltos sin explicar su significado. Tal actividad ?tan descortés? suele ser contraproducente.
El oportunismo ocurre también cuando arrancamos un texto de su contexto y lo usamos para «probar» algo. No «probaríamos» que Dios sea el autor del mal citando «Yo Jehová… creo la adversidad» (Is. 45:7). Asimismo, no podemos «probar» que todo cristiano deba hablar en lenguas citando «… quisiera que todos vosotros hablaseis en lenguas» (1 Co. 14:5). En ambos casos es preciso preguntar. ¿Qué nos dice el contexto?
Nunca olvidemos que un texto sin su contexto es un pretexto. Evitaremos esta falta si pensamos teológicamente.
6. Cadenas textuales frágiles
A muchos cristianos les gusta hacer cadenas textuales. Juntan toda una serie de versículos sacados de distintas partes de las Escrituras y ;he aquí lo enseñado sobre tal o cual temática! Pero si no se piensa teológicamente, es posible ?hasta probable? que la cadena que así se ha construido sea muy frágil. No aguantará la carga que se le impone.
A veces se funda una doctrina sobre un conjunto de textos que se han entresacado puramente por contener la misma palabra o la misma frase en la Biblia española. La frase «hasta el fin», por ejemplo, se encuentra once veces en el Nuevo Testamento (Mt. 10:22, 24:13, 28:20, Mr. 13:13, Jn. 13:1, 1 Co. 1:8, 2 Co. 1:13, He. 3:6,14, 6:11, Ap. 2:26). ¿Cuál es este «fin»? ¿El fin del mundo? ¿Hay otra traducción más acertada de esta frase?
No es posible hacer una cadena segura que incluya todos estos versículos. En el texto griego hay cinco frases diferentes que se traducen por «hasta el fin». Una de ellas ?la más común? aparece también en Lucas 18:5 (traducción: «de continuo») y en 1 Tesalonicenses 2:16 (traducción: «hasta el extremo»). ¿Conviene adoptar «hasta el extremo» en Juan 13:1?
Hay los que piensan que «de continuo» o «hasta el extremo» es la mejor traducción para Mateo 10:22, Mateo 24:13 y Marcos 13:13. Otros creen que el «fin» en estos tres versículos es el fin de la relación especial entre Dios e Israel, simbolizado por la destrucción del templo en el año 70. Con tantas complicaciones (y quizás habría más si considerásemos todos los textos citados), no caben interpretaciones simplistas. Tampoco cadenas textuales que resultarían muy frágiles.
7. Uso selectivo
Todos, lo sepamos o no, hemos oído exposiciones que se han dado a base del uso selectivo de los datos bíblicos. Algunos datos relevantes se han omitido, o intencionadamente o por ignorancia.
Si las omisiones han ocurrido a sabiendas, es posible que hayan sido motivadas por lealtad equivocada (la adhesión inflexible a un sistema teológico). En aras del sistema se dejan a un lado los pasajes que se ven como violentos. Si no encajan, se actúa como si no existiesen. De esta forma se tuerce la verdad.
Pensemos en la cuestión del sábado (el día de reposo). Es un tema que a menudo sufre el uso selectivo de las enseñanzas bíblicas. Se expondrán a continuación unos cuantos datos que suelen ser pasados por alto.
Moisés vincula la observancia del sábado directamente a la liberación de Israel de Egipto (Dt. 5:15). Así se establece una relación estrecha e indisoluble entre un mandamiento divino y un suceso histórico único que no vivió ninguna otra nación.
Los diez mandamientos (incluso, por supuesto, el mandamiento tocante al sábado) se ven como una expresión del pacto antiguo: Moisés «escribió en tablas las palabras del pacto, los diez mandamientos» (Ex. 34:28; ver también Dt. 4:13, 9:9-11, 2 Cr. 6:11). De modo que los diez mandamientos no solamente se hallan en el contexto histórico del pacto antiguo sino que constituyen una parte integrante del pacto antiguo.
Al igual que los pactos hechos con Noé y con Abraham, que tenían sus señales distintivas (el arco iris y la circuncisión: Gn. 9: 12-17, 17: 9- 14), el pacto mosaico tenía también su señal: la observancia del sábado. Era específicamente una señal entre Dios e Israel «para que que yo soy Jehová que los santifico» (Ez. 20:12; ver también Ez. 20:19-20, Ex. 31:12-17).
Hay que tener en cuenta todos estos puntos y otros muchos al evaluar las enseñanzas bíblicas sobre el sábado. Debemos acumular toda la evidencia antes de pronunciarnos sobre la relación entre el sábado judío y el domingo cristiano, el uso correcto del domingo por los creyentes, y otras cuestiones de esta índole.
El uso selectivo se produce a veces como consecuencia directa de conocimientos superficiales de la Biblia. Lamentablemente, el pecado que mora en nosotros hace también que seamos propensos a entresacar pasajes por motivos que son, a fin de cuentas, puramente personales y subjetivos. Entonces lo que necesitamos es el arrepentimiento y la debida sumisión a la Palabra de Dios.
8. Perspectiva occidental
Inevitablemente leemos la Biblia con ojos españoles. Difícilmente nos situamos en los tiempos de los oyentes o lectores originales para poder entenderla como ellos la entendían. La distancia cultural e histórica es una barrera considerable.
Todos llevamos en la cabeza cierto «equipaje» intelectual y cultural según la época y el lugar en que vivimos. Interpretamos nuestras experiencias de acuerdo con el modelo mental que ha sido formado por este «equipaje». Así somos como seres humanos.
Pongamos una ilustración bíblica. Cuando Pablo y Bernabé estuvieron en Listra, Pablo sanó a un hombre que era cojo de nacimiento. La reacción de la gente fue: «Dioses bajo la semejanza de hombres han descendido a nosotros». A Bernabé le llamaban Júpiter y a Pablo, Mercurio (Hch. 14:8-12). O sea, interpretaron lo acontecido según el modelo de su propia religión griega que llevaban en la mente.
Del mismo modo, nuestro modelo mental influye con frecuencia en la interpretación de las Escrituras. Las leemos desde una perspectiva occidental del siglo XX. Dicho de otra manera, desarraigamos un pasaje de su escenario natural y original en la Biblia, y lo colocamos inconscientemente en un escenario ajeno.
Jesús dijo una vez a alguien: «Sígueme». La respuesta fue: «Señor, déjame que primero vaya y entierre a mi padre» (Lc. 9:59). ¿Su padre acababa de morir? A primera vista, sí. En realidad, no.
Según la cultura del medio oriente, la expresión que se emplea aquí significa: «Déjame cumplir con mi deber familiar quedándome con mi padre hasta que él muera y sea enterrado; luego podré seguirte». Descifrando estas palabras, vemos que el hombre hombre no quería ser discípulo de Cristo porque su familia tenía prioridad. Llegamos a tal conclusión despojándonos de nuestra cultura occidental y leyendo el texto bíblico con ojos orientales.
¿Has orado alguna vez pidiendo sabiduría? Si es así, es casi cierto que tenías en mente el concepto griego, que es puramente intelectual (como en 1 Co. 1:22). La sabiduría que deseabas era la capacidad de usar correctamente tus facultades mentales. La oración fue por lo tanto típicamente «occidental».
La sabiduría bíblica, plasmada en la mentalidad hebrea, es práctica y espiritual. El libro de Proverbios está lleno de ella. Santiago deja claro que tal sabiduría tiene que ver con la buena conducta y la mansedumbre (Stg. 3:13). Su característica primaria es pureza, de la que se derivan otras cualidades espirituales y prácticas (Stg. 3:17). ¿Oras pidiendo sabiduría de este tipo?
9. Confusión interpretativa
Hay que distinguir entre la interpretación y la aplicación del texto bíblico. La interpretación descubre el significado del texto en su contexto histórico y cultural. Por tanto, la cuestión importante es: ¿Cómo lo entendían los oyentes o lectores originales? Para poder contestar satisfactoriamente, tenemos que saber por lo menos tres cosas: ¿Quién hablaba? ¿A quiénes? ¿En qué circunstancias?
La aplicación, por otra parte, se dirige a nuestra situación. Hemos de plantearnos: ¿Qué dice esta porción de la Biblia a los creyentes latinos del siglo XX? Si la Palabra de Dios es siempre contemporánea (y lo es), ¿cómo habla hoy?
Ambos aspectos, interpretación y aplicación, muchas veces se confunden. No se mantiene la debida distinción entre ellos. Nos imaginamos que estamos interpretando el texto, pero en realidad lo estamos aplicando. Cuando caemos en esta trampa, es probable que la aplicación que hacemos no sea acertada.
El hecho es que no es posible aplicar correctamente el texto bíblico antes de determinar su interpretación. ¿Por qué? Porque la aplicación debe desprenderse directa y lógicamente de la interpretación. Esa es la relación entre ellas.
Hay porciones de la Biblia en las que interpretar y aplicar se funden para ser virtualmente una misma cosa. Bastarán dos ilustraciones. «¿Pecaremos porque no estamos bajo la ley sino bajo la gracia? En ninguna manera» (Ro. 6:15). «Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús…» (Col. 3:17). EI significado de las palabras para los lectores originales (interpretación) es igualmente su significado para nosotros (aplicación) porque nuestra posición equivale en esencia a la suya.
Otros pasajes, en cambio, no se pueden tratar de esta forma. Hay que distinguir tajantemente entre interpretación y aplicación. En Juan 16:13 leemos: «Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad.» ¿Quién hablaba? Jesús. ¿A quiénes? A los once apóstoles. ¿En qué circunstancias? El Señor estaba preparando a los apóstoles para su partida y la venida del Espíritu Santo.
Jesús prometía que el Espíritu revelaría la verdad a los apóstoles, inclusive (al final del mismo versículo) la verdad acerca de «las cosas que habrán de venir». Este ministerio del Espíritu fue único. Era crucial para la autenticidad y la exactitud del Nuevo Testamento.
Esa es la interpretación correcta de Juan 16:13. La aplicación tiene que ser forzosamente muy diferente, dado lo excepcional de la ocasión. Así que no se puede decir que Jesús prometa aquí guiarnos a nosotros a toda la verdad. Nosotros no hemos recibido ninguna revelación divina, sobre todo respecto a «las cosas que habrán de venir». ¿Cómo, pues, podemos aplicar apropiadamente el texto? Subrayando que la promesa de Jesús nos permite confiar plenamente en la veracidad de los escritos apostólicos.
10. Semántica superficial
La semántica tiene que ver con el significado de las palabras. Es una disciplina difícil y un verdadero «campo minado». Llegamos con facilidad a conclusiones superficiales sobre cuestiones semánticas, especialmente en cuanto a palabras bíblicas que tienen varios matices.
Si una palabra tiene más de un significado, la recopilación de los pasajes bíblicos donde se encuentra nos permite muchas veces fijar las fronteras dentro de las que se debe buscar su significado correcto. Pero el significado exacto siempre se determinará por el contexto próximo.
Pensemos en el verbo «ser». Es posible identificar seis usos distintos del vocablo griego:
?Existencia («En el principio era el Verbo» Jn. 1:1).
?Atributo («… sólo uno es el Bueno» Mt. 19:17).
?Semejanza («Y la lengua es un fuego» Stg. 3:6).
?Identidad («¿La ley es pecado?» Ro. 7:7).
?Causa («… el ocuparse de la carne es muerte» Ro. 8:6).
?Cumplimiento («Mas esto es lo dicho por el profeta Joel» Hch. 2:16).
Huelga decir que la semántica del verbo «ser» es muy relevante en el debate sobre el significado de la frase más del Nuevo Testamento: «Esto es mi cuerpo» (Lc. 22:19).
A veces se sostiene que los dos términos griegos para «amar» son totalmente distintos. Uno de ellos supone un amor «alto», el otro un amor más «bajo». Este argumento se presenta a menudo con relación a Jn. 21:15-17, donde se usa dos veces la palabra más «alta» y cuatro veces la más «baja». Por supuesto, las gamas semánticas de estas palabras no son idénticas. Pero sí coinciden en gran parte. Dos veces leemos: «El Padre ama al Hijo» (Jn. 3:95, 5:20). Pero se usan verbos diferentes. ¿Implica esto que Dios ama a su Hijo de dos maneras distintas?
Se ha dicho que la palabra «apóstol» significa «alguien que es enviado» porque tiene la misma raíz que el verbo griego para «enviar». Pero esta idea no está bien fundada. La forma y la derivación de la palabra no constituyen una guía segura. Lo que sí importa es la usanza normal en su contexto histórico.
Conclusión
Diez escollos a evitar. Hay otros. Pero estos diez se hallan entre los más comunes. Para ser realista, la flaqueza humana nos impide evitarlos por completo. No obstante, la responsabilidad que tenemos ante Dios es hacer todo lo posible para usar bien la palabra de verdad (2 Ti. 2:15).
Mucho depende de nuestra actitud. Lo cual nos conduce a nuestro punto de partida: la humildad en el uso de la Biblia. Sin humildad, se pierde todo. «Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de… humildad» (Col. 3:12).
Tomado de la Revista Andamio, usado con permiso.