El Padre que salió al encuentro
por Kenneth E. Bailey
Lo que necesitamos saber sobre esta parábola del Medio Oriente que a menudo no se interpreta correctamente.
Para lograr una correcta interpretación de la parábola del hijo pródigo, es necesario liberarla de una arraigada prisión cultural. La parábola ha perdido fuerza debido a que durante siglos, en Occidente, la hemos leído a la luz de nuestras propias presuposiciones culturales.
Pasé gran parte de mi niñez en Egipto, y entre 1955 y 1995 vivimos con mi familia allí, en Líbano, Jerusalén y Chipre, por donde enseñé sobre el Nuevo Testamento en seminarios e institutos. Un día comencé a observar con seriedad la cultura tradicional de Medio Oriente, de la que Jesús formó parte, y entonces la «parábola del padre y sus dos hijos perdidos» empezó a revelarse ante mí de una manera novedosa y emocionante. Es a la luz de esta cultura ?accesible gracias a antiguas fuentes judías y cristianas de Oriente? que yo pregunto: ¿Son la Encarnación y la Expiación parte de esta parábola tan significativa? La respuesta es sí, y trataré de explicar las razones.
La trilogía de Lucas
Esta parábola debe tomarse como la tercera parte de una trilogía que aparece en Lucas 15. Los fariseos desafían a Jesús: «Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos» (v. 2). El Talmud de Babilonia expresa claramente que los rabinos no comían junto con la ?am-ha?arets (gente de la tierra) que no guardaba la ley al pie de la letra. Lucas registra: «Entonces él les refirió [a los fariseos] esta parábola [singular]» (v. 3). Inmediatamente después aparecen las tres parábolas: la de la oveja perdida, la de la moneda perdida y la de los dos hijos perdidos (el hijo pródigo).
Vemos entonces que Lucas entendió que estas tres parábolas juntas formaban parte de una sola parábola. Un pastor paga un precio para encontrar y restaurar una oveja perdida. Lo mismo hace la mujer por su moneda. En ambas historias queda claro que Jesús es el buen pastor y la mujer piadosa. Esta relación formula algunos interrogantes con respecto a la tercera historia: ¿es también Jesús el padre bueno? y ¿también se asemeja esta tercera historia a las dos primeras en el hecho de que el padre tenga que pagar un alto precio para encontrar y restaurar a su(s) hijo(s)? Con el fin de responder a estos interrogantes, que apuntan al amplio tema de la expiación y la encarnación, es necesario liberar 13 aspectos de la parábola, de la interpretación que tradicionalmente se les ha dado.
1. La petición. El hijo menor pide su parte de la herencia mientras su padre aún está con vida y goza de buena salud. De acuerdo con la cultura tradicional de Medio Oriente, este acto equivale a decir: «Padre, ¡estoy ansioso que te mueras!». Un típico padre de Medio Oriente le daría vuelta la cara a su hijo de una bofetada y lo echaría de la casa. La petición de este hijo resulta inconcebible, sobre todo para una cultura como la del Medio Oriente. Se supone que el padre debería negársela, si en verdad fuera un patriarca oriental. De hecho no lo es, y esta afirmación nos lleva al segundo punto.
2. La dádiva del padre. El padre da al hijo pródigo la libertad de adueñarse y de vender la parte de los bienes que le corresponde. En cinco oportunidades a lo largo de la parábola, el padre no se comporta como un típico patriarca oriental, y aquí vemos el primer caso. La herencia es cuantiosa. Se trata de una familia rica. La sucesión de bienes es un asunto serio, del que sólo debería ocuparse el padre cuando se encuentra cercano a la muerte.
Además, el hijo pródigo «juntó todo lo que tenía» (NVI) o bien, como expresa la Versión Popular: «vendió su parte de la propiedad». La ley judía del siglo primero permitía la división de bienes (una vez que el padre estaba dispuesto a llevar a cabo la tarea), pero no otorgaba a los hijos el derecho de vender sino hasta después de la muerte de su padre.
El segundo caso en que el padre actúa distinto de lo acostumbrado lo vemos cuando le entrega la herencia al hijo y le otorga el derecho a vender, sabiendo que la comunidad consideraba este derecho una vergüenza para la familia. Por ello queda claro, desde las primeras líneas de la parábola, que Jesús no emplea la figura de un patriarca oriental como modelo para referirse a Dios. Por el contrario, al crear esta imagen de padre, rompe todo vínculo con el patriarcado de Medio Oriente. Ningún padre humano puede ser un modelo adecuado para reflejar a Dios. Como Jesús lo sabe, eleva la figura del padre más allá de las limitaciones humanas y la adapta al modelo de Dios.
3. La venta apresurada. El hijo pródigo vende todo rápidamente («No muchos días después» v.13). Se ve obligado a hacerlo. La comunidad se enfurece con él porque ha avergonzado a su padre y a todo el resto de la familia al poner en venta una gran parte de la hacienda familiar mientras su padre aún goza de buena salud para administrarla. Tiene que concretar la venta y salir del pueblo lo más rápido posible. Como ya se dijo, la ley judía no permitía tal venta; pero al hijo pródigo lo tiene sin cuidado.
4. La ceremonia qetsatsah. De acuerdo con el contenido del Talmud de Jerusalén, los judíos del tiempo de Jesús aplicaban un método de castigo a todo muchacho judío que perdía la herencia familiar en manos de gentiles. Este método se denominaba «la ceremonia qetsatsah». Cualquiera que no cumpliera con las expectativas de la comunidad tenía que enfrentar la ceremonia qetsatsah si se atrevía a regresar a su pueblo natal. La ceremonia era sencilla: los habitantes del pueblo traían una gran vasija de barro, la llenaban con nueces quemadas y maíz cocido y la rompían frente al culpable. Mientras se llevaba a cabo esta ceremonia, la comunidad gritaba: «esta persona es apartada de su pueblo». A partir de ese momento, el pueblo ya no tendría ninguna relación con el joven descarriado.
Los judíos del siglo primero evitaban cualquier contacto con aquél que transgrediera el código de honor del pueblo y, al parecer, todo acercamiento estaba completamente prohibido. A medida que se aleja del pueblo, el hijo pródigo sabe que no debe perder el dinero entre los gentiles. Sin embargo, lo hace. En el país lejano vive entre gentiles que crían?¡cerdos!
5. Un vivir costoso. Al hijo pródigo se lo acusa de «vivir perdidamente». Sin embargo, el adverbio griego que aparece en esta frase no implica inmoralidad. (Traducciones sirias y arábigas han preservado este sutil e ínfimo detalle durante 18 siglos). Jesús no da ningún indicio en cuanto a la manera en que el hijo pródigo gastó el dinero. Sólo se nos dice que lo malgastó. Al final de la historia, el hijo mayor acusa públicamente a su hermano de haber gastado el dinero en rameras. Pero, como recién llega del campo, no está al tanto de lo sucedido. Evidentemente quiere exagerar los fracasos de su hermano.
6. La búsqueda de empleo. Una vez gastado el dinero, el hijo pródigo naturalmente regresaría a su casa. Pero ha roto las reglas. Sabe que, si regresa, lo espera la ceremonia qetsatsah y, por ende, está desesperado por recuperar el dinero de alguna manera. Para lograrlo necesita un trabajo rentable. Dos veces intenta conseguir uno. El primer intento consiste en alimentar cerdos en el país lejano. El segundo consiste en un plan que idea y articula en vísperas de su regreso al hogar. Estos dos planes merecen una cuidadosa observación.
El primero, transformarse en cuidador de cerdos, no funciona. El texto afirma «nadie le daba nada» (v.16). Cada frase está cuidadosamente articulada para transmitir un significado preciso. Como cuidador de cerdos, el hijo pródigo recibe alimento pero no salario. El lector judío del siglo primero sabe que el hijo pródigo debe recuperar la suma de dinero gastado para poder evitarse la ceremonia qetsatsah.
Después de fallar en el primer intento, decide lanzar los dados por segunda y última vez: irá a su casa, se preparará para un trabajo y ganará su dinero. Para que lo acepten en este trabajo, necesitará el respaldo de su padre. Pero ¿cómo convencerá a su padre de que confíe en él una vez más?
7. El plan de autobeneficio. El malentendido tradicional que ha causado el mayor daño teológico en esta parábola quizá se encuentre en la percepción popular de la frase «volvió en sí» (v.17), que durante mucho tiempo se ha interpretado como «se arrepintió». Esta lectura quita fuerza al texto y destruye su unidad teológica. El buen pastor debe atravesar el desierto para encontrar su oveja. No regresa a la aldea a esperar que la oveja vuelva a casa por su propia cuenta y se lamente a la puerta del redil. La mujer piadosa enciende una lámpara y busca con diligencia hasta encontrar la moneda perdida. No vuelve a sus quehaceres y espera que salte de una grieta del piso y aterrice sobre la mesa de la cocina.
En las dos primeras historias, tanto la oveja como la moneda deben ser recuperadas. No obstante, si el hijo pródigo logra volver a casa por sus propios medios, entonces la tercera historia enseña que los seres humanos no se ven impedidos por el pecado original o por una voluntad corrompida y que pueden tomar medidas para ser salvos por sí mismos, sin ayuda de la gracia divina.
En la primera historia, la oveja perdida es un símbolo de arrepentimiento, el cual se entiende como «la aceptación de ser hallada». La segunda historia confirma esta definición. Pero si el hijo pródigo en verdad se arrepiente en el país lejano y él solo se abre paso hasta llegar a su hogar, entonces Jesús se contradice a sí mismo. Si se sigue la interpretación tradicional, la tercera historia se opone a las dos primeras. Bien Jesús está confundido en su teología, o bien el arrepentimiento es un concepto elástico, que queda abierto a la interpretación. En mi opinión, ambas opciones son inadmisibles. ¿Existe entonces alguna alternativa?
Al relatar la del Buen Pastor, Jesús evoca el Salmo 23, donde también hay una oveja perdida y un buen pastor. La frase clave aparece en el versículo 3, que tradicionalmente se ha traducido: «El restaura mi alma». El significado de esta afirmación se ha transformado en: estaba desalentado y el Señor me devolvió el ánimo. Sin duda esta interpretación forma parte de la intención del salmista; pero en hebreo significa literalmente: «me trajo de regreso» o «hizo que me arrepintiera». Evidentemente, el salmista está perdido y Dios, el buen pastor, lo trae de vuelta a las sendas de justicia.
Cuando se lee la parábola del hijo pródigo desde esta óptica, surge un nuevo significado: El hijo pródigo solucionará su propio problema: volvió en sí. No aparece ningún verbo para «regresar». La extensa y rica historia de las versiones arábigas contiene gran cantidad de traducciones interesantes de esta frase clave: «Se volvió inteligente», «Se interesó por sí mismo», «Se dijo a sí mismo», son sólo algunas. Ninguno de estos traductores vio al hijo pródigo arrepentido en el país lejano. Entonces… ¿cómo se explica su «confesión»?
La confesión preparada reza: «He pecado contra el cielo y ante ti» (v.18), palabras que naturalmente suelen indicar un arrepentimiento genuino. Sin embargo, el público presente ante Jesús está compuesto por fariseos que conocen bien la Escritura. Estos se dan cuenta de que la confesión es una cita de las palabras del Faraón a Moisés cuando trata de manipularlo para que quite las plagas. Pasada la novena plaga, el Faraón finalmente acepta encontrarse con Moisés y, cuando Moisés aparece, el Faraón le da este mismo discurso. Nadie ignora que el Faraón no está arrepentido, sino que solamente trata de doblegar la voluntad de Moisés.
Bien se entiende que el hijo pródigo intenta hacer lo mismo. A la espera de ablandar el corazón de su padre, proyecta ofrecer su propia solución al problema del alejamiento con su padre: aprender el oficio. Trabajará como un artesano pago y así podrá ahorrar dinero. Por el momento no vivirá en su hogar, sino que una vez reunido el dinero gastado, se podrá hablar de reconciliación. Ya que no pudo conseguir un trabajo rentable en el país lejano, tratará de obtener el respaldo de su padre para conseguir un empleo remunerativo cerca de su casa. Por lo pronto se salvará por medio de la ley. No hace falta ninguna gracia. El puede arreglárselas. O al menos eso cree. Pero de todos modos, ¿es el dinero gastado el verdadero problema?
En el soliloquio que pronuncia mientras aún se encuentra en el país lejano, el hijo pródigo abre su mente y su espíritu al oyente/lector. Quiere comer y dice: ¡Me muero de hambre! Cree que sólo con recuperar el dinero, todo lo demás se solucionará con el tiempo la comunidad volverá a aceptarlo. No tiene en cuenta que su padre quedó con el corazón herido por la agonía que tuvo que soportar al ver su amor despreciado. No hay ninguna señal de vergüenza o remordimiento mientras se habla a sí mismo en el país lejano. Si su posición fuera la de un siervo frente a su amo, el plan sería de alguna manera adecuado. Si se trata de un hijo ante un padre amoroso y compasivo, su planeada solución resulta inapropiada.
8. El momento del regreso. El hijo pródigo se arma de coraje para soportar su humillante entrada al pueblo. Recuerda la ceremonia qetsatsah y cobra ánimo para sobrellevar su vergüenza. Su única esperanza es que «la humildad» de su discurso toque el corazón de su padre y ganarse así su respaldo para ser instruido en todo lo suficiente y poder convertirse en un asalariado. Se supone que el hijo pródigo regresará con opulentos presentes para la familia. El hijo pródigo no sólo vuelve con las manos vacías, sino que vuelve en falta luego de haber agraviado a su familia y a la comunidad al irse. Sufre este doloroso camino de regreso por una única razón: «¡Me muero de hambre!».
Pero, ¿qué hay del padre? Sabe que su hijo fracasará. Día tras día espera con los ojos fijos en la poblada calle del pueblo, que en la distancia da al camino por el que desapareció su hijo con arrogancia y grandes esperanzas. Sabe perfectamente bien cómo la comunidad recibirá a su hijo, cuando regrese fracasado. En consecuencia, el padre también prepara un plan: ir al encuentro de su hijo antes de que éste llegue al pueblo. El padre sabe que si logra reconciliarse con su hijo en público, ningún miembro de la comunidad se atreverá a insinuar que se debe proceder con la ceremonia qetsatsah.
Cuando el padre lo ve, él «todavía estaba lejos» (v.20). Por tercera vez el padre rompe el molde del patriarcado de Medio Oriente. Se levanta el borde de su larga túnica y corre a recibir a su hijo, el cuidador de cerdos. Se le echa al cuello y lo besa antes de escuchar el discurso preparado. El padre no demuestra amor en respuesta a la confesión de su hijo, sino que de su propia compasión se descarga a sí mismo, toma forma de siervo y corre a reconciliarse con su alejado hijo. En Medio En Medio Oriente, un habitante tradicional que usa vestiduras largas no corre en público. Tal acto se considera sumamente humillante. Este padre corre. El muchacho queda totalmente soprendido. Abrumado, sólo puede pronunciar la primera parte de su preparado discurso, el cual adquiere ahora un nuevo significado. El muchacho declara que ha pecado y que no es digno de ser llamado hijo. Admite (al omitir la tercera frase) que carece de una idea brillante para restablecer la relación con su padre. Ya no está «trabajando» a su padre para sacarle más provecho. El padre no «interrumpe» a su hijo menor, sino que el hijo pródigo cambia de opinión y en un instante de arrepentimiento genuino, acepta ser hallado.
9. Cristología. Cuando el padre se compadece y corre en busca de su hijo para reconciliarse, se convierte en un símbolo de Dios en Cristo. Los fariseos murmuran: «Este recibe a los pecadores y come con ellos». Jesús les contesta con esta historia, la cual de hecho afirma: «Efectivamente, yo como con pecadores. Pero es mucho peor de lo que ustedes imaginan. No sólo como con ellos, sino que corro por el camino, los colmo de besos y los traigo de regreso para poder comer con ellos». Es evidente que Jesús está hablando de sí mismo. Al final de la historia, el padre hace lo mismo que Jesús.
10. El significado del banquete. El banquete tiene tres interpretaciones en esta parábola. La primera la brinda el padre; la segunda, el muchchito que andaba por el patio de la casa; y la tercera, el hijo mayor. Las dos primeras armonizan entre sí; la tercera difiere en gran medida con las dos primeras. Los lectores contemporáneos suelen recordar solamente la tercera interpretación. Sin embargo, es necesario examinar las tres.
Una vez asegurada la reconciliación, el padre ordena un banquete. Dice: «Comamos y regocijémonos, [y ahora viene la causa] porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado». (v.v. 23,24). Entonces ¿quién lo encontró? Fue el padre. ¿Dónde lo encontró? A la entrada del pueblo. Así que, según la percepción del padre, el hijo pródigo todavía estaba muerto y perdido a la entrada del pueblo. Así como el pastor se vio obligado a salir y pagar un alto precio para encontrar su oveja, y la mujer piadosa buscó con diligencia hasta encontrar su moneda, así también el padre se compadeció y salió, en una valiosa muestra de amor inesperado, a encontrar y a resucitar a su hijo. El banquete celebra el triunfo del encuentro y de la resurrección.
Concentrémonos ahora en la interpretación que ofrece el muchachito. El hijo mayor llega del campo y, al escuchar la música, llama a un pais. Esta palabra griega puede tener tres significados. El primero es «hijo»; el segundo, «siervo». El tercer significado es «muchachito». Las versiones sirias y arábigas de Medio Oriente siempre han optado por esta tercera opción. El hijo mayor pregunta (al muchachito) qué ocurre y el joven le responde (como yo lo traduciría): «Tu hermano ha regresado, y tu padre ha matado el becerro engordado porque (y aquí viene la segunda interpretación) ha (el padre) recibido a su hijo con paz (shalom)».
El punto está en que el banquete se lleva a cabo para celebrar el triunfo del padre en su esfuerzo por lograr la reconciliación, y la comunidad ha venido a participar en esta celebración. En lugar de una ceremonia qetsatsah de rechazo comparte con el padre la alegría de haber logrado una restauración a un alto costo. Por lo tanto, el muchachito confirma la interpretación del padre: para ambos, el banquete es una celebración por el costoso triunfo del padre en reconciliarse con su hijo.
Las palabras del muchachito, «Lo recibió» (y tiene pensado comer con él), recuerdan al oyente la queja de los fariseos: «Este hombre [Jesús] recibe a los pecadores y come con ellos». En esta parábola el padre hace lo mismo.
Aún nos queda por examinar la interpretación del hijo mayor, la cual encontramos después de que el padre trata de reconciliar a este hijo consigo. El hijo mayor expresa: «Mataste el becerro engordado para él». Este reclamo refleja todo lo contrario de lo que el muchachito le ha dicho hace unos momentos al hijo mayor. También se contrapone al propósito que tiene el banquete de acuerdo con la declaración del propio padre. Si el oyente se da cuenta de que el hijo mayor contradice las dos interpretaciones previas acerca del banquete, necesariamente debe hacer una elección. ¿El banquete se celebra en honor al hijo pródigo o en honor al padre? ¿Es una celebración porque el hijo pródigo logró con esfuezo (y por sus propios medios) llegar a casa, o se celebra en cambio que el padre lograra con un valioso esfuerzo crear shalom? Los invitados, ¿felicitarán al padre o al hijo?
Según percibí en estos 40 años, el lector moderno de esta parábola, por lo general, ni siquiera percibe estos contrastes y, por ende, no se da cuenta de que hay que hacer una elección. El banquete es un anticipo de la Santa Cena. Con certeza sabemos que Jesús es el héroe de ese banquete sagrado y que el centro de atención no son los pecadores. La manera en que el hijo mayor se considera a sí mismo justo y bueno se transforma en la lente por la que observa el mundo que lo rodea. Todo lo que puede entender es que su hermano menor gastó el dinero y que se reconcilió con su padre sin antes devolver el total de la suma. Como conclusión, en lugar de que el pecador cumpliera con los requisitos y las demandas de la ley, se ha ofrecido gracia y esa gracia fue aceptada. La interpretación del hijo mayor refleja la visión de muchos hoy como ayer. Por el contrario, la concepción que el padre tiene del banquete (sustentada por el discurso del muchachito) refleja la mente de Jesús. Para muchos, la gracia no sólo es sorprendente, sino que también es increíble. ¿Cómo es posible que sea cierto? Después de todo, uno siempre cosecha lo que siembra, ¿verdad?
11. El enojo del hijo mayor. Si el banquete fuera una simple celebración por el regreso a salvo del hijo pródigo, el hijo mayor se uniría al festejo de inmediato, ya que esto significaría que aún no se ha determinado la posición del hijo pródigo dentro de la familia. El hijo mayor estaría muy ansioso por expresar su punto de vista cuando la familia tratara el asunto. Pero el muchachito le dice al hijo mayor que todo ha terminado. El padre ya se ha reconciliado con su hijo menor? ¡y sin que el hijo pródigo pagara sus pecados! Esta es la razón por la que el hijo mayor se enoja y toma la drástica medida de cortar la relación con su padre.
El hecho de que un hijo esté presente y se niegue a participar de un banquete semejante implica una atroz deshonra pública para el padre. Un equivalente en la cultura occidental podría ser el caso de un hijo que tiene una fuerte discusión en público con su padre, en el medio de la fiesta de casamiento, luego de una gran boda familiar. La oposición del hijo mayor a la reconciliación del padre con el hijo pródigo lo motiva a romper su relación con el padre reconciliador.
12. La respuesta del padre. Por cuarta vez, el padre va más allá de lo que haría un patriarca tradicional. Por segunda vez en el mismo día, está dispuesto a ofrecer una valiosa e inesperada muestra de amor. Sólo que esta vez va dirigida a un cumplidor de la ley y no a un trangresor. La maravillosa gacia es válida para ambos hijos. De acuerdo con la tradición cultural, el padre tendría que continuar con con el banquete y pasar por alto la ofensa pública. Puede ocuparse del hijo mayor más tarde. Sin embargo no lo hace. Soportando una dolorosa humillación pública, el padre sale una vez más a recuperar lo perdido (oveja / moneda / hijo).
13. La respuesta del hijo mayor. El hijo menor «aceptó» ser hallado. Se sintió colmado por el precioso amor que se le ofreció gratuitamente. Al hijo mayor, en cambio, parece no causarle efecto. Por el contrario, ataca sin piedad tanto a su padre como a su hermano en público. Se esperaría que el padre finalmente explotara y ordenara una paliza por las ofensas públicas. Por quinta vez, el padre trasciende el patriarcado tradicional. No es que se trate de un padre extraordinario, sino que es un símbolo de Dios. Como escribe Henri Nouwen respecto de esta parábola, «Este es el retrato de Dios, cuya bondad, amor, perdón, cuidado, gozo y compasión no tienen límites en absoluto. Jesús presenta la generosidad de Dios, valiéndose de todo el simbolismo que su cultura le brinda, y al mismo tiempo transformándolo constantemente» (El regreso del hijo pródigo).
Si el hijo mayor acepta el amor que ahora se le ofrece a él, se verá obligado a aceptar al hijo pródigo con el mismo amor con el que el padre recibió al cuidador de cerdos. Será necesario que el hijo mayor sea hecho «conforme a la imagen» de ese padre compasivo que sale al encuentro de ambas clases de pecadores como un siervo sufrido que ofrece un amor inmerecido y de gran valor. ¿Está dispuesto? La Escritura no lo dice. Llegado este punto, el público está en escena y debe decidir por sí mismo.
Kenneth E. Bailey es un conferencista sobre estudios de Nuevo Testamento y Medio Oriente, y profesor emérito de Nuevo Testamento en el Tantur Ecumenical Institute (Instituto Ecuménico Tantur), en Jerusalén.