Por Dr. Jaime Mirón

Teresa vino a nuestra casa llena de temores y buscando ayuda. Era terrible. Hacía once años que consultaba con un siquiatra dos veces a la semana. Tenía temor del agua, de estar sola, de realizar sus quehaceres hogareños, de las relaciones sexuales con su esposo, y de otro sinnúmero de cosas.
¿Qué hacer en un caso semejante? ¿Acaso la Biblia tiene soluciones para una persona así? No es mi intención en este artículo enseñar todo lo que la Biblia dice acerca del temor ni reiterar la idoneidad y suficiencia de la Biblia (recomiendo que el lector estudie el excelente artículo por Daniel Lozano sobre el tema en este número de AP), sino hablar sobre la imperiosa necesidad de emplear la Biblia en el ministerio de aconsejar usando como ejemplo el caso de Teresa. A veces utilizamos correctamente la Biblia en la Escuela Dominical o en los sermones. Sin embargo, cuando llega la hora de aconsejar, al intentar ayudar al aconsejado algunos se vuelven místicos, otros pasivos, mientras otros se apoyan en la sicología. Teresa había probado muchos caminos: la sicología, la religión, las pastillas, el consejo de amigos y varios más. No encontró la paz y la libertad que tanto buscaba. Incluso contempló la idea del suicidio. Yo propuse a Teresa que analizáramos sus problemas a la luz de la Palabra de Dios para entonces buscar la solución divina.
El escritor de Hebreos afirma: La Palabra de Dios es viva y dinámica, y más cortante que cualquier espada de dos filos, y penetra hasta la división del alma y del espíritu, de las coyunturas y los tuétanos, y es poderosa para discernir los pensamientos y las intenciones del corazón (4:12 BLA).
En cuanto al ministerio de aconsejar, este versículo nos asegura que:
1) La Palabra de Dios es viva, no está muerta, es contemporánea y nunca fuera de moda. Quienes se alimentan con la Biblia viven, porque el Espíritu Santo vive en sus palabras y aplica sus enseñanzas. Los principios que encuentro en la Biblia son lo que necesito cuando estoy triste, he pecado, debo tomar una decisión, estoy enfrentando una tentación, estoy deprimido, o como en el caso de Teresa, cuando tengo miedo. La Biblia me enseña, me ayuda a madurar, me reprende y me orienta. (Véase Jn. 6:63 y 1 P. 1:23).
2) La Palabra de Dios es dinámica, activa, o como dice Pablo, es la espada del Espíritu (Ef. 6:17). El profeta Isaías declara que no volverá vacía y será prosperada en aquello para que la envía (55:11). Cuando el consejero abre la Biblia y presenta los principios divinos, y el aconsejado los abraza, los cambios comienzan en forma inmediata.
3) La Palabra de Dios penetra. La Biblia, empleada correctamente, juzga los motivos (algo que yo no puedo y no debo hacer, 1 Co. 4:5), abre puertas cerradas, saca al sol los trapos sucios, aclara conceptos, discierne los pensamientos y los propósitos, investiga el ser interior. (Véase Sal. 119:98-105).
Pablo declara que la Biblia es útil para enseñar, reprender, corregir, e instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios (o el aconsejado) sea capacitado y completamente preparado (2 Ti. 3:15-17). Ninguna otra orientación puede lograr estos objetivos.
Cuando oriento de acuerdo a la Biblia puedo estar seguro de que:
1) La meta agrada a Dios. Sin una autoridad absoluta, no se sabrá a qué estamos apuntando con los consejos. Cuando tratamos con problemas de la vida, la meta es que haya cambios ¿Qué clase de cambios? ¿Cuál es el objetivo? ¿La sanidad, la libertad, estar exento de problemas, o acaso la felicidad? La Biblia, nuestra autoridad, nos aclara cuál es el fin de los consejos: conformarse a la imagen de Jesucristo (Ro. 8:29; ver Gá. 2:19). Dicho de otra manera: Honrar y glorificar a Dios en todos los aspectos de la vida (Col. 1:10).
Este objetivo incluye actitudes, acciones, maneras de responder, pensamientos, decisiones, etc. Mucha gente llega a pedir consejos con sus propias metas ya establecidas, pero si dichas metas no son bíblicas, no lograrán el objetivo de ser conformado a la imagen de Cristo. Una señora me confesó llorando: “Lo que quiero es sólo un momento de felicidad”. Sin embargo, no encuentro en la Biblia que la felicidad sea una meta a que aferrarse. Según la Palabra de Dios la felicidad es resultado de: el temor de Dios (Sal. 128:1,2Pr. 28:14); la confianza en Dios (Pr. 16:20Fil. 4:6,7); la obediencia para con Dios (Sal. 40:8Jn. 13:17); la alabanza a Dios (Sal. 135:3); los sufrimientos por amor de Cristo (2 Co. 12:101 P. 3:144:13,14; veáse también Mt. 5:1-12). Como consejero, nunca puedo tener la seguridad de que podré ayudar a que una persona halle felicidad en su vida. Sin embargo, siempre estoy seguro de que puedo ayudar a la persona a vivir una vida que agrade al Señor.
2) El proceso agrada a Dios. El consejero bíblico dará consejos basa¬dos en principios que emergen de la Biblia. Solamente cuando los consejos parten de la Escritura podemos tener la la certeza de que instamos a la persona a hacer la voluntad de Dios, y no un capricho humano; la certeza de que no es un prejuicio u opinión personal por más buena que fuere. Parte de la tarea del consejero es ayudar a que la persona descubra la perspectiva de Dios en cuanto a su problema, y por ende la solución que la Biblia propone.
Cuando se descubren los principios bíblicos que gobiernan la solución al problema, el próximo paso es trazar un plan bíblico que, aplicado a la vida del aconsejado solucionará el problema. El plan bíblico incluye identificar el problema, identi¬ficar los factores contribuyentes, aclarar los conceptos equivo¬cados, identificar los pecados, hacer resaltar los princi¬pios bíblicos que guiarán los consejos, dar una palabra de esperanza, establecer metas, y poner en práctica principios bíblicos en la vida coti¬diana (Lc. 3:8).
El plan bíblico:
Libra al aconsejado de ser controlado por las emociones, o quizá por “el consejo de malos” (Sal. 1:1).
Ayuda al aconsejado a sujetarse a las Escrituras de manera disciplinada y a solucionar sus problemas dependiendo de la autoridad de la Biblia.
Asegura que el aconse¬jado seguirá recibiendo consejo aun cuando no tiene contacto con el consejero, porque hay un plan basado en principios bíblicos que el Espíritu Santo puede aplicar a su vida.
Da esperanza al aconse¬jado porque existe un plan bíblico que se puede poner en práctica.
Mantiene la objectividad del consejero. Le proporciona una herramienta de evalua¬ción del progreso para no abrumarse por las dificultades del aconsejado ni desviarse a una solución humanista debida a la emoción del momento.
Descubre si el aconsejado realmente desea cambiar. Algunos aconse¬jados vienen con otros motivos: desean encontrar a alguien que secunde o justifique su pecado; desean compartir con alguien su triste historia; quieren que alguien confirme sus sospechas de que no hay esperanza para su problema. El plan bíblico identifica y desanima al “aconse¬jado profesional”.
Volvamos al caso de Teresa y su mar de temores. Después de entender sus problemas y sus varios intentos de desenredarlos, abrimos la Palabra de Dios para ver lo que la Biblia dice en cuanto al temor sin emplear terminología extrabíblica– como por ejemplo hidrofobia o claustrofobia.
El apóstol Juan explica: En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor. La  radicaba en perfeccionar el amor en la vida de Teresa. Tuvimos que convencer a Teresa de que el amor es más poderoso que el temor. Ella no podía concebir que algo tuviera más poder que el temor que sentía. Le pregunté qué haría si un ratón apareciera en la habitación. Ella respondió con gritos. La simple posibilidad de algo semejante le produjo miedo. Después le pregunté que haría si el mismo ratón atacara a uno de sus hijos. Ella, sin miedo, respondió que era capaz de matar al ratón a sangre fría. Yo le aseguré que el amor al hijo la impulsaría a superar su temor al ratón. El amor echa fuera el temor.
Para echar el temor hay tres facetas del amor que se deben entender y, como el caso de las dos últimas, desarrollar: el amor de Dios, el amor a Dios y el amor humano.
El amor de Dios. Partiendo del amor de Dios, explicamos el evangelio y también que el temor es consecuencia del pecado (Pr. 28:1). Nosotros amamos porque El nos amó primero (1 Jn. 4:19). Al día siguiente Teresa entregó su vida a Cristo porque se dio cuenta de que la solución comenzaba aceptando el amor de Dios y su manifestación, el sacrificio de Jesús.
El amor a Dios. Un problema que enfrenta la persona con temor es que se acostumbra a seguir sus sentimientos temerosos en vez seguir la Palabra de Dios. Entonces, el próximo paso con Teresa fue establecer la importancia de la obediencia a la Palabra de Dios en su vida. Según Juan, la obediencia es la manera de mostrar que amamos a Dios (1 Jn. 2:5).
El amor humano. Pasamos a afirmar la importancia del amor humano: A Dios nadie le ha visto jamás; si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se perfecciona en nosotros (4:12). Reconociendo esta verdad, enviamos a Teresa al grupo femenil de nuestra iglesia donde reinaba un espíritu de amor. Ella sintió verdadero amor en estas mujeres y, cosa que no había pasado durante varias semanas, aquella noche Teresa durmió como una criatura sin necesidad de tomar pastillas.
Sin embargo, había otro aspecto a considerar en el plan bíblico. El desarrollo del amor de Dios en la vida diaria. Teresa conoció a una mujer paralítica y comenzó a ir a su humilde casa dos veces a la semana para hacer la limpieza, conversar con ella y hablarle del Señor. Tanto fue el cambio en la vida de Teresa, que una sicóloga vecina acudió a ella para pedirle consejos por un problema familiar.
El Espíritu Santo tomó su espada y penetró, reveló, aclaró, reprendió, regañó, enseñó y cambió a una persona cuando parecía que no había esperanza. ¡Que Dios nos ayude a hacer consejeros bíblicos!

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