Explorando el concepto bíblico de la deuda
por Andrés G. Panasiuk
«¡Las tarjetas de crédito las imprime el mismo Satanás!…»
… gritó el predicador descargando en su sermón años de frustración en el área de la consejería familiar. No lo culpo. La presión emocional que produce en las familias hispanohablantes, el tema de las deudas y las finanzas está teniendo un impacto devastador en el núcleo familiar.
En Estados Unidos las deudas en tarjetas de crédito se han cuadruplicado desde 1986 y representan la causa principal del 90% de las bancarrotas en el país. El año pasado más de un millón de personas se declararon en bancarrota, la tasa más alta en la historia de la nación. En enero de 1997 el 25% de los poseedores de tarjetas de crédito ¡todavía estaban pagando las deudas contraídas en la navidad de 1995!
Lamentablemente, los que sufren las primeras consecuencias de estas tendencias hacia el endeudamiento no son los políticos ni los empresarios. Son los consejeros familiares y los pastores. El 90% de las parejas que se divorcian apuntan al aspecto financiero como uno de los más importantes en el desarrollo del conflicto.
A pesar de la frustración personal con la problemática de las deudas, debemos admitir que la Biblia no dice que el pedir prestado sea pecado. Al contrario. El capítulo 15 de Deuteronomio nos muestra cómo, en una economía creada por Dios mismo, el pedir prestado se permitía pero, al mismo tiempo, se regulaba. La Biblia nos proporciona algunos principios importantes con respecto al pedir prestado:
1. El pedir prestado siempre se asocia con una idea negativa y no recomendable.
En Deuteronomio 28, por ejemplo, Dios le dice al pueblo de Israel que si obedece, las cosas le irán bien, entre ellas: «…prestarás a muchas naciones, y tú no pedirás prestado» (v.12). Pero si el pueblo desobedecía, las cosas irían mal y el extranjero «…te prestará a ti y tú no le prestarás a él» (v.44).
Proverbios 22:7 indica que «el rico se enseñorea de los pobres y el que toma prestado es siervo del que presta». Y si usted no lo cree, deje de pagar su hipoteca ¡y después me cuenta quién es el verdadero dueño de su casa! Dios no quiere que seamos siervos de nadie más que de Él. Cuando las deudas se empiezan a acumular, empiezan a presionar no sólo la vida emocional sino también la espiritual.
2. El pedir prestado debe ser un compromiso a corto plazo.
Cuando Dios era ministro de economía, las deudas no duraban más de siete años. Al final de ese período se debían perdonar. Seguramente usted se podrá imaginar las precauciones que tomaba el prestamista para asegurarse de que el deudor estaba en condiciones de pagarle. No es así con los bancos de hoy, que junto con las compañías de crédito prestan dinero a gente que jamás debería recibir un préstamo, y en el Japón ahora las hipotecas se hacen hasta por ¡dos generaciones!
El cristiano, entonces, debería pagar sus deudas lo antes posible.
3. Lo que se pide prestado se debe devolver.
El apóstol Pablo declara: «Pagad a todos lo que debéis…» (Ro. 13:7). Ese es un principio eterno y transcultural de la Palabra de Dios. Era verdad en Roma hace dos mil años y es verdad en nuestros países en el día de hoy. Si usted se comprometió con alguien a pagarle algún dinero, ésa fue su palabra. Su palabra representa su honor y el honor de Dios porque usted es hijo o hija de Dios.
Por esa razón el concepto de bancarrota no existe para el creyente. En un caso extremo (y como último recurso), es justo que el cristiano use un recurso legal como ése para protegerse del asedio de sus acreedores. Pero es inmoral la transferencia de bienes para evitar pagar deudas. Cada una de las deudas adquiridas, eventualmente se deben pagar… ¡aunque nos lleve el resto de la vida hacerlo!
No importa lo que diga la ley del país. La Palabra de Dios, que es superior, nos dice que nuestro «sí» debe ser «sí» y nuestro «no», debe ser «no»; y que es mejor no hacer una promesa, que hacerla y no cumplirla (Ec. 5:5).
4. Sólo deberíamos pedir prestado si tenemos la certeza de que podemos pagar.
Sólo deberíamos pedir prestado si nuestro «activo» es mayor que nuestro «pasivo». Este principio se hace claro en la compra de un auto «cero kilómetro». Ni bien llevamos el auto fuera de la concesionaria, ya perdió un buen porcentaje de su valor. Si luego de un par de meses tenemos problemas económicos y lo queremos vender, ¡el dinero que recibiremos por él no alcanzará a pagar la deuda original! Nuestro pasivo (deuda) es más alto que nuestro activo (dinero que puedo recibir por el auto).
En el caso del auto (o de una casa), podríamos poner la suficiente cantidad de dinero de «enganche» para que, de esa manera, pidamos prestado una cantidad menor que el valor del auto en el mercado del «usado». También podríamos usar otra propiedad colateral para mejorar la situación de nuestro activo. Pero ése es tema para otro «sermón».
Andrés G. Panasiuk es director para América Latina de Conceptos Financieros Cristianos.