por Josué B. Rasmusen S.
Un ministerio de discipulado que tenga buen éxito y produzca resultados duraderos, es diferente de cualquier otra actividad de la iglesia. Hay seis marcas distintivas que determinan su éxito. A través de grupos pequeños o células, hemos reconocido estas seis características que diferencian un grupo de discipulado de cualquier otro grupo, clase dominical, o estudio bíblico en la iglesia.
A la luz de esta lista de requisitos básicos para el verdadero discipulado, podemos evaluar si estamos logrando un discipulado bíblico y exitoso. En verdad, este tipo de evaluación es necesaria de vez en cuando. Como el autor cristiano Robert E. Coleman escribe: “Siempre habrá que preguntarse: ¿Vale la pena hacerlo? ¿Se cumple la tarea establecida? No se puede negar que estamos muy ocupados en la iglesia pero, ¿estamos cumpliendo el propósito deseado?”
El verdadero discipulado debe ver un crecimiento tanto espiritual como numérico al mismo tiempo, para que la iglesia crezca de manera sana y balanceada. Entonces, ofrecemos la siguiente lista como criterios para determinar si una iglesia está cumpliendo con la gran comisión de “hacer discípulos” (Mt. 28:19).
1. La multiplicación espiritual
El primer aspecto es ser discípulos. Habla del crecimiento espiritual, y tiene que ver con la relación íntima de cada persona con Jesucristo mismo. El segundo aspecto es hacer discípulos. Esto habla del crecimiento numérico, y denota la estrategia del discipulado. Cuando logremos estas dos cosas simultáneamente, experimentaremos un crecimiento sano y balanceado en la iglesia.
El discipulado no puede ser un proceso sin producto. La intención del verdadero discipulado no es solamente que seamos discípulos, sino además que hagamos discípulos.
El enfoque de un verdadero grupo de discipulado es que cada integrante esté preparándose para guiar y dirigir otro grupo pequeño. En realidad, después de unos cuatro o cinco meses de preparación se espera que cada participante inicie su propio grupo, mientras sigue asistiendo al grupo original. De esta manera cumplimos con una norma bíblica del discipulado: “Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros” (2 Ti. 2:2).
¿Cómo funciona? Cuando mi esposa y yo comenzamos con un grupo de otros tres matrimonios, entramos primero en la etapa de ser discípulos, enfocando nuestra atención en la vida cristocéntrica –como Jesús hizo con Pedro, Santiago y Juan. Mi tarea es la de discipulador o entrenador.
Luego los participantes se van multiplicando al comenzar nuevos grupos, y entran en la etapa de hacer discípulos. Al mismo tiempo, yo inicio otro grupo con el mismo propósito. Y si cada uno de los matrimonios tomáramos otros tres matrimonios como discípulos, los cuatro originales se convertirían en un total de 16. Luego, los 16 se convertirían en 36, o un total ya de 52.
“La razón por la que la iglesia de Jesucristo encuentra tan difícil hoy día cumplir la gran comisión, es que la población del mundo está multiplicándose, mientras que la iglesia solamente está sumando”, escribió el autor cristiano Walter Henrichsen. Señaló: “La suma nunca puede alcanzar a la multiplicación. La multiplicación puede ser difícil en los períodos iniciales, aun más lenta que la adición, pero es el medio más efectivo para cumplir la gran comisión de Cristo, prácticamente el único medio efectivo”. Sin el principio de ser discípulos y hacer discípulos, no existe un verdadero grupo de discipulado.
2. La selección de discípulos
Jesús específicamente escogió a sus 12 discípulos para formar su propio grupo más íntimo. Encontramos su ejemplo y método en Lc. 6:12 al 13: “En aquellos días él fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios. Y cuando era de día, llamó a sus discípulos, y escogió a doce de ellos, a los cuales también llamó apóstoles”. No pidió voluntarios. Tampoco nosotros debemos pedir voluntarios en el ministerio del discipulado. Como Jesucristo, primero debemos orar hasta que encontremos la voluntad del Padre; y después, seleccionar. Es nuestra experiencia que el pastor y los ancianos de la iglesia conocen mejor a la gente que debe formar la “primera generación” del discipulado en su iglesia.
Entonces, ¿qué clase de persona seleccionar? Encontramos la respuesta en 2 Ti. 2:2: “Hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros”. Hombres fieles quiere decir personas dignas de confianza. También 2 Co. 4:2 afirma: “Ahora bien, se requiere de los administradores, que cada uno sea hallado fiel”.
En nuestro ministerio usamos un acróstico para la clase de persona que buscamos: FED. La sigla representa: fiel, enseñable, disponible. Los posibles discípulos tienen que satisfacer cada uno de estos tres requisitos; ser fieles, enseñables y disponibles. Algunos son enseñables, pero no son fieles. Otros son fieles, pero no están disponibles. Este no es un grupo de estudio abierto. No es el momento de invitar a gente nueva. Quienes desean involucrarse en el discipulado tendrán su oportunidad cuando los miembros del grupo original inicien sus propios grupos.
3. El rendirse cuenta mutuamente
En cada grupo tenemos una estructura para que rindamos cuentas los unos a los otros. Este principio se halla en la Biblia. Por ejemplo, Mt. 12:36 dice: “Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio”. También 1 P. 4:5 declara: “Pero ellos darán cuenta al que está preparado para juzgar a los vivos y a los muertos”. Además, Ro. 14:12: “De manera que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí”. Muchas de las bases de esta estrategia de discipulado se encuentran en el libro de Hebreos. Por ejemplo: “Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de Aquel a quien tenemos que dar cuenta” (4:13 véase 13:17).
Para que el grupo de discipulado logre sus objetivos, dar razón de sus acciones a otros miembros del grupo, a la luz de las Escrituras, no puede ser algo opcional sino parte íntegra del proceso. Por eso entre usted y sus discípulos tiene que existir un compromiso de rendirse cuentas mutuamente. Sin este compromiso y seguimiento continuo habrá poco crecimiento espiritual.
Las “cuentas” que tenemos que dar son una especie de “informe”, basado en objetivos personales que cada uno establece, según sus necesidades espirituales. Examinaremos estas metas personales bajo el punto número 4. Aquí sólo cabe señalar que “rendir cuentas” significa que cuando no estamos logrando nuestros objetivos, habrá que explicar por qué. También podemos pedir la ayuda del grupo (oración mutua, ayuno, etc.) para poder cumplir las metas establecidas.
La clave del éxito de este principio se encuentra en la palabra “mutuamente”. Responsabilizarse por sus acciones ante otros ha de funcionar como una calle de doble sentido. Es una relación, una comunicación recíproca. Todos estamos creciendo y madurando espiritualmente; por eso, tanto los discípulos como los líderes responden por sus acciones los unos a los otros. Juan 4:7 proporciona un panorama de esta clase de transparencia en la vida de Cristo. Por revelar su necesidad –tenía sed– Jesús creó una atmósfera en que la mujer samaritana pudo sentirse libre para hablar de sus propias necesidades.
Asimismo, un líder eficaz de discipulado tiene que revelar sus necesidades, a fin de crear un ambiente abierto para el diálogo. Esta dinámica es el ingenio del discipulado porque todos estamos acostumbrados a dar cuentas en una sola dirección –por ejemplo, en la escuela hacia los maestros. En un grupo de discipulado, aun los líderes comunican parte de sus luchas, hasta sus fallas.
Otro propósito –y resultado– de rendirse cuentas mutuas es evitar la “entropía”. La entropía es la segunda ley de la termodinámica de la ciencia física. Expresa que todo siempre va hacia más y más desorden, o caos. En otras palabras, cuando se empieza algo –aun algo bueno y valioso– la tendencia siempre es que esa cosa se deteriore. Todos la hemos experimentado. Establecemos metas valientes; pero, ¿qué sucede después de un tiempo? Nuestros tiempos devocionales, la lectura diaria de la Biblia, nuestra vida de oración, la memorización de las Escrituras, tarde o temprano la gran mayoría de éstos objetivos se diluyen. Es la entropía en acción. Siempre está obrando, no solamente en nuestras vidas y familias, sino también en nuestras iglesias.
Para prevenir la entropía, entonces, la Biblia presenta el concepto de rendirse cuentas mutuamente para que en vez de descomposición y deterioro se facilite el éxito de estos programas –y de nuestras propias vidas espirituales.
4. Grupos separados y metas individuales
Cuando mi esposa y yo trabajamos con otros matrimonios, dividimos la reunión en dos partes de (cuando menos) una hora cada una. La primera parte es para la enseñanza bíblica (veremos estos elementos en el siguiente punto). Durante la segunda hora, dividimos el grupo entre las mujeres, a cargo de mi esposa, y los varones, a mi cargo. La razón primordial de esta división entre hombres y mujeres es que, de acuerdo a nuestra experiencia, los hombres no se sienten en libertad para compartir sinceramente cuando sus esposas están presentes. Con la separación durante el encuentro logramos la honestidad, la intimidad, y la profundidad necesarias para ver vidas cambiadas. Así experimentamos profunda comunión y casi siempre ¡la reunión dura tres horas en lugar de dos!
En esta manera estamos cumpliendo con otro fundamento del discipulado: Pasar tiempo con los discípulos como Jesús hizo con los doce (Jn. 11:54). ¿Con qué objetivo? La respuesta está en Hebreos: “Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuando veis que aquel día [de juicio] se acerca” (10:24-25 véase 3:13). Estos versículos proveen la base bíblica para la tarea que deben desarrollar estos grupos, tarea que en nuestro caso llevamos a cabo hombres y mujeres en forma separada.
Cada miembro del grupo establece metas espirituales de acuerdo a su necesidad personal y luego, semana tras semana, rinde cuentas a los demás con relación al progreso. A continuación doy ejemplos de objetivos espirituales:
– Alcanzar la libertad económica (Ro. 13:8; Pr. 22:7; 2 Co. 9:8-11).
– Lograr buena comunicación conyugal, y satisfacer las necesidades de su cónyuge (1 P. 3:7; Ef. 5:21-33; 1 Co. 7:2-5).
– Dominar la lengua (Stg. 3:1-10; Mt. 12:36; Ef. 4:29).
– Asegurarse que haya pureza en el hogar (1 P. 4:3; Col. 3:5; Ef. 5:5; Gá. 5:20; 1 Jn. 5:21; Ro. 12:2).
– Superar hábitos pecaminosos (Ro. 6:14).
– Acostarnos meditando en las Escrituras (Jos. 1:8; Sal. 1:2).
– Ceder “derechos” (Lc. 9:23; Gá. 2:20)
– Desarrollar una perspectiva eterna (2 Co. 4:18; He. 11:13-16).
La lista de metas bíblicas casi no tiene fin. Lo que intentamos lograr a través de dichas metas es poner por obra la enseñanza impartida durante la primera hora de cada reunión. El objetivo de la enseñanza no es simplemente aumentar los conocimientos sino ponerla en práctica. El salmista dice que la misericordia de Dios es sobre “los que se acuerdan de sus mandamientos para ponerlos por obra” (103:18 véase Ez. 36:27).
Usando Ec. 5:4-6 como base para establecer las primeras metas, comenzamos la primera reunión pensando en los “votos no cumplidos”. Son las promesas que hemos hecho pero que todavía no hemos cumplido. Estos se convierten en las primeras metas. Todos podemos pensar en promesas no cumplidas hechas a amigos, padres, cónyuges, jefes de trabajo, o a Dios mismo. Una manera importante de hacer la voluntad del Señor es cumplir con la palabra que hemos empeñado.
Además, para la segunda hora cuando el grupo está dividido por sexo, es necesario que cada persona tenga –y traiga consigo cada semana– una carpeta con hojas, o un cuaderno. Esta carpeta está dividida en secciones con los nombres de cada integrante de su grupo. Bajo cada nombre hay lugar para apuntar los objetivos individuales, junto con las fechas correspondientes. Además, a fin de orar los unos por los otros, anotamos los pedidos de oración junto con las respuestas. respuestas. Así que el cuaderno se convierte en un recordatorio valioso y permanente de la fidelidad de Dios.
5. Las bases de toda la enseñanza
Otro criterio para evaluar las posibilidades de éxito de un grupo de discipulado son los elementos de la enseñanza. Como estamos viendo, el grupo de discipulado es único en su tipo y la enseñanza debe ser única.
Un grupo de discipulado es una especie de curso que requiere aproximadamente un año y medio del entrenamiento. La enseñanza está bien estructurada, y sigue un programa. Siempre comenzamos con dos bases, sobre las cuales está edificada toda la enseñanza. Primero estudiamos a fondo el alma, compuesta de intelecto, emociones y voluntad. Los discípulos aprenderán durante el curso cómo llenar sus intelectos con la Palabra de Dios y cubrir sus emociones con oración.
En segundo lugar examinamos la ilustración de “la rueda”, popularizado por el grupo conocido como Los Navegantes (véase gráfico), ilustración que provee el bosquejo para el resto del curso. Después de examinar la vida cristocéntrica (Jesucristo como eje de la rueda), seguimos con los dos rayos verticales que representan la Palabra de Dios y la oración. Es aquí cuando la enseñanza se centra en temas como métodos de estudio bíblico, oración y la estrategia de la guerra espiritual.
Luego consideramos los dos rayos horizontales de la rueda: El testimonio (el evangelismo) y el compañerismo. El testimonio forma la base y nos impulsa a HACER discípulos y crecer numéricamente. Durante esta etapa estudiamos nuestra “defensa” bíblica (1 P. 3:15), algunos métodos evangelísticos y cómo preparar nuestro testimonio personal. Después consideramos el compañerismo o “comunión”, y cómo lograrlo dentro de la iglesia.
Llegando al borde de la rueda, encontramos “el cristiano obediente en acción”. Aquí se aprende a responder al señorío de Cristo en varias áreas de la vida. Por ejemplo, en el área de la mayordomía cristiana enfocamos nuestra atención en cuatro áreas principales: Tiempo, tesoro (dinero), talentos, y dones espirituales. Aprendemos maneras prácticas para administrar el tiempo, las finanzas, y para descubrir y poner en ejercicio los talentos y los dones para la gloria de Dios.
Además, asignamos tareas para completar durante la semana. Por ejemplo, en cada grupo se lee el libro Plan supremo de evangelización, por Robert E. Coleman. También completamos tres sencillas lecciones evangelísticas que afirman la seguridad de salvación de los participantes y sirven también como herramienta para sus propios ministerios evangelísticos.
Cada semana memorizamos un pasaje bíblico relacionado con el tema que estamos estudiando. Semanalmente debemos dar cuenta de si hemos memorizado o no el pasaje asignado. Casi siempre cantamos uno o dos coros como hizo Jesús en Mt. 26:30 y como recomienda Pablo en Col. 3:16 ya que el canto es parte de la adoración cristiana. Por último, el curso incluye tres exámenes sobre el material estudiado. Asimismo se otorgan diplomas a todos los que terminan el curso y han cumplido todos los requisitos.
6. El compromiso
Poco sirve todo lo que hemos visto si no hay compromiso. Ser alumno (o líder) en un grupo de discipulado implica un serio compromiso donde cada uno durante todo el proceso llega a reconocer el señorío absoluto de Jesucristo en la vida. Cristo mismo dijo: “Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios” (Lc. 9:62). Por lo tanto, antes de iniciar un nuevo grupo, mi esposa y yo siempre nos reunimos individualmente con cada posible matrimonio, (por regla general, invitamos a cenar a cada pareja) no solamente para invitarlo a ser parte del grupo, sino también para explicarles bien la seriedad del compromiso. Después de esta plática, le damos unos días para pensarlo, orar, y conversarlo antes de respondernos.
Hay tres elementos específicos y básicos del compromiso:
a. Su fidelidad en cuanto a presencia: Que se comprometen a ser fieles en su asistencia al grupo, a cumplir la tarea asignada, a orar los unos por los otros y a los otros aspectos del grupo.
b. La responsabilidad personal. Que lleguen preparados para rendir cuentas acerca del cumplimiento de sus metas espirituales su comportamiento a otros integrantes del grupo separado.
c. La reproducción espiritual: Que ellos, a su vez, hagan más discípulos.
Si una persona está dispuesta a calcular este precio de antemano, y a pagarlo, será un buen candidato para el grupo de discipulado. No empezamos buscando gran cantidad de personas, sino a pocas pero con ciertas cualidades. El crecimiento numérico vendrá luego, cuando los primeros discípulos, ya bien entrenados, forman sus propios grupos y hacen más discípulos de Cristo.
Conclusión:
Empleando estas “seis marcas distintivas”, el éxito del grupo de discipulado está casi garantizado. ¡Ojo! No sucederá sin mucho trabajo, atención, y vigilancia, sobre todo de parte del líder. Una falla en cualquier detalle podría cambiar toda la dinámica.
Para concluir, otra advertencia: el buen éxito de los grupos de discipulado depende de la colaboración y cooperación del pastor de la iglesia. Hemos sido testigos del fracaso del discipulado en dos iglesias, simplemente porque el pastor no captó la visión. Asimismo, hemos trabajado con algunos pastores que esperaban resultados demasiado rápidos en sus congregaciones. Pero en la mayoría de los casos, los resultados son lentos pero seguros. Jesús pasó alrededor de tres años con su grupo pequeño. Por regla general, los primeros cambios ocurren en el ser interior, y luego se manifiestan en el exterior. De manera que los resultados no siempre se ven inmediatamente, pero son duraderos y profundos.
De acuerdo a nuestra experiencia el discipulado a través de los grupos pequeños, da resultados. En la iglesia donde actualmente estamos ministrando, hemos visto la reproducción espiritual hasta la quinta generación del grupo original. Es más, hemos enviado a un matrimonio como misioneros a otro estado del país para iniciar el mismo sistema de discipulado en las iglesias de esa zona. Sin embargo, tal vez lo más sobresaliente sea que muchos hermanos han expresado que, a través del discipulado, conocieron a Jesucristo íntimamente aunque anteriormente habían estado en la iglesia durante muchos años.
(CUADRO PARA “LAS SEIS MARCAS…”)
Rompiendo el hielo
comenzando un grupo de discipulado
por Josué B. Rasmusen S.
El éxito de un grupo de discipulado depende del sincero, honesto y abierto intercambio de comunicación. Sin embargo, no vivimos en una cultura afamada por esta clase de confianza o franqueza. Entonces, surge la pregunta: ¿Cómo iniciamos un grupo de discipulado donde los integrantes se rendirán cuentas mutuamente?
Ofrecemos algunos puntos prácticos, tomados de nuestra experiencia en el discipulado en México.
1. Es importante que haya afinidad entre los miembros del grupo. Esta se establece entablando amistad al margen de las reuniones formales. Nunca abriremos nuestro corazón ni profundizaremos en el trato si primero no hemos establecido una buena relación en asuntos que parecieran superficiales. Es de destacar la importancia de los tiempos sociales antes y después de la reunión formal, y de invitar a cada pareja a su casa para cenar. La reunión que mi esposa y yo realizamos con cada matrimonio antes de iniciar el grupo (véase el artículo) es vital. Es cuando, por primera vez, presentamos el concepto de ser responsables el uno ante el otro y rendirse cuentas mutuamente, con apoyo bíblico. Les explicamos que su compromiso al discipulado incluye establecer metas y responsabilizarse de ellas. Otro beneficio de esa reunión es que el contacto amistoso alrededor de una comida compartida, empieza a “romper el hielo”. Aunque es una tentación obviar esta reunión preliminar e ir directamente al grano, no lo consideramos opcional sino una parte íntegra del proceso.
2. Nos rendimos cuentas el uno al otro exclusivamente dentro de los grupos separados: hombres sólo con hombres, mujeres entre mujeres, reunidos en diferentes cuartos de la casa.
3. Reconocemos que la clase de transparencia que el grupo de discipulado necesita no sucederá de la noche a la mañana. Por eso esperamos hasta la tercera reunión para compartir cosas íntimas de nuestra vida personal. En la primera reunión, el líder sólo presenta el concepto y pide que el grupo piense y ore sobre los “votos no cumplidos” (véase Ec. 5:4 6 y el artículo). En la segunda, cada miembro presenta el primer voto o promesa que desea cumplir, lo cual se convierte en la primera meta. Luego y en sucesivas reuniones los integrantes que desean hablar comparten sobre su progreso hacia la meta. Así vamos conociéndonos, animándonos, exhortándonos y profundizando nuestra relación.
4. Este método se centra en las metas. Lo que compartimos está basado estrictamente en las metas que hemos establecido en forma personal que cada uno quiere lograr en su vida. El propósito no es compartir detalles innecesarios (tentaciones, fallas, etc.) de la vida espiritual, sino los adelantos en el cumplimiento de las metas establecidas. Es semejante a la reunión en Lucas 10, cuando los setenta volvieron de su viaje para presentar sus informes a Jesús (v.17). El primero paso es establecer las metas personales y luego informar sobre el cumplimiento de estos objetivos.
5. Todo lo comentado durante los grupos separados es información confidencial. Ni siquiera el líder ha de compartirla con su esposa, con excepción de casos extremos.
6. El líder del grupo debe considerar que el éxito de rendirse cuentas mutuamente se logra a través de un proceso a veces largo, donde se va estableciendo confianza entre todos los miembros del grupo. Es importante comenzar lentamente y con cautela. Poquito a poco vamos asentando la intimidad buscada. En otras palabras, no podemos esperar esta clase de transparencia en las primeras reuniones.
6. El líder y su esposa tienen que orar incesantemente por los grupos. El objetivo es que haya intimidad y confianza en los grupos pequeños. Por eso, deben pedir al Señor el perfecto amor que echa fuera el temor (1 Jn. 4:18). Una vez superado el temor, los hermanos se abrirán. Un avivamiento empieza con este tipo de transparencia, honestidad y arrepentimiento.
7. Cada integrante establece su propia lista de metas, porque éstas son personales. Después de cumplir las primeras promesas, la mayoría de las siguientes derivan de la enseñanza durante la primera hora de la reunión. Cada persona escoge la meta que quiere alcanzar sin presión del líder. (Las únicas metas asignadas son las tareas colectivas: memorizar los versículos, etc.)
8. La hospitalidad en nuestro hogar engendra el ambiente abierto donde las personas se sienten en libertad de compartir. Por eso, es valioso que los líderes sean también anfitriones, y celebren las reuniones del grupo en su propia casa.
9. Usted sirve de modelo. Como Jesucristo con la mujer samaritana en Jn. 4, usted crea una atmósfera abierta por compartir sus propios logros y metas. Los discípulos simplemente seguirán su ejemplo.
Josué B. Rasmusen S.(Misionero y periodista con SEPAL Int., trabajando actualmente con la Iglesia “El Divino Redentor” y la congregación “Maranata” en Toluca, México.)