Una exposición sobre 2 Corintios 4:1-15
por Roy Clements

?Parecería un desperdicio? dijo.
Asentí. Podía entender su forma de pensar. Estábamos hablando mientras tomábamos un café en el laboratorio de la universidad donde él y yo habíamos sido colegas casi dos años. Nuestra conversación había girado hacia lo que íbamos a hacer más adelante. Me preguntó cuáles eran mis planes.
?Bueno ?le dije?, estoy pensando seriamente en dedicarme al ministerio cristiano.
Parpadeó. Su taza de café se frenó a mitad de camino. Por unos momentos no dijo nada. Luego tragó saliva.
?Parecería un desperdicio? dijo.
Asentí. Podía entender su forma de pensar. Durante siete años me había dedicado a los estudios en el mundo científico, y realmente se necesitaban buenos profesionales. Lo que es más, me gustaba el mundo de la ciencia y me iba bien. ¡Pensar en cambiar de dirección a esta altura! Bueno, ¡parecía una locura! Tirar a la basura tanto conocimiento especializado por el cual había trabajado tan duramente. ¿Un desperdicio? Francamente, parecía más que eso.
¿Por qué estaba considerando siquiera un cambio tan precipitado?
?¿Para qué ser predicador, Roy? ?me pregunté a mí mismo.
Durante los años que siguieron a esa conversación la pregunta ha vuelto a surgir y a molestarme. Y cuando surge, siempre leo 2 Corintios 4:1-15 como lo leí esa noche luego que mi colega se hubo ido a su casa.
Si alguien tuvo razones para lamentar su decisión de ser predicador, fue Pablo. Había tenido por delante una importante carrera académica: profesor de Antiguo Testamento en la Universidad de Jerusalén. Si hubiera continuado, seguramente hubiera heredado la cátedra de Gamaliel. Sin embargo, ¿qué hizo Pablo? Dejó todo de lado para ser un misionero cristiano. Sus amigos le deben de haber dicho: «Es un desperdicio, Pablo».
¿Qué beneficios le reportó su trabajo misionero? En 2 Corintios capítulos 4 y 6 nos dice: preocupaciones, escasez, golpes, tiempo en la cárcel, noches sin dormir, pobreza, enfermedad… y ésa es sólo la mitad de la lista. No hubiera sido tan negativo si las iglesias que servía hubieran sido agradecidas por el sacrificio que hizo, pero la mitad de las veces para él eran una carga más que otra cosa.
En Corinto, por ejemplo, apenas unos años después de que él los dejó ya había problemas. Ahora, con la desconcentración que proviene de la ansiedad por todo esto, no puede centrar sus pensamientos en el programa evangelístico planeado para Asia, no puede descansar (2 Co. 2:13).
?¿Por qué me preocupo? ?se debe de haber preguntado?. ¿Por qué no me quedé a enseñar en Jerusalén? ¿Por qué me metí en esta aventura misionera de locos? ¡Ha arruinado mi carrera, está arruinando mi salud, y todo lo que recibo es la traición de los que se convirtieron conmigo! ¿Cuál es el objetivo de todo esto? ¿Para qué ser predicador?
En 2 Corintios 4 Pablo contesta esa pregunta. Explica su razón para estar comprometido apasionadamente con la predicación, un compromiso que, nos dice, no abandonará aunque tenga incontables problemas y desilusiones. En realidad, la palabra clave de este pasaje está al comienzo en el v. 1 y al final en el v. 16: «no desmayamos». Entre ambos versículos, lo que escribió es muy personal: Predomina el pronombre de primera persona. Pablo nos está dando su testimonio sobre por qué era predicador, y por qué estaba decidido a no ser ninguna otra cosa. Descubrí que de alguna manera Pablo hablaba por mí también. Y mi deseo más profundo es que entre mis lectores haya quienes, luego de leer estas palabras, crean que Pablo también habla por ellos.
¿Por qué ser predicador? ¿Para qué?

La predicación es la forma que Dios ha elegido para llevar la luz de Cristo a hombres y mujeres
Pablo comienza diciendo: «Por lo cual, teniendo nosotros este ministerio según la misericordia que hemos recibido, no desmayamos» (4:1). Pablo siempre estaba sorprendido de que, entre todas las personas, Dios lo hubiera llamado a él ser un predicador. Recordemos que antes de su conversión él había sido un asiduo perseguidor de la Iglesia.
Pero es sorprendente cuántas veces los que son más antagonistas antes de convertirse, son aquellos que Dios llama para que más adelante sean campeones desde el púlpito. Quizás sea que sólo quienes saben por experiencia cuán grande es la misericordia de Dios, pueden con confianza invitar a otros pródigos a los brazos del Padre. No hay duda de que estos versículos al comienzo del capítulo 4 muestran la gran responsabilidad personal que sentía Pablo como resultado de la vocación a la cual Dios lo había llamado. Para él la predicación era un asunto sumamente serio.
Pablo continúa: «Antes bien renunciamos a lo oculto y vergonzoso, no andando con astucia, ni adulterando la palabra de Dios, sino por la manifestación de la verdad recomendándonos a toda conciencia humana delante de Dios» (4:2). Usted recordará que en esta carta conscientemente defiende su liderazgo ante ciertos rivales. Y parece que el mismo grupo de «medradores y falsificadores espirituales» (2:17) son los que tiene en mente cuando escribe este capítulo. Había cristianos que, en la opinión de Pablo, buscaban lo «oculto y vergonzoso». Había predicadores que buscaban convertidos por medio del engaño, distorsionando la Palabra de Dios. Creo que una de sus características era que no aprobaban cuán abiertamente Pablo predicaba en público.
Representaban un tipo de cristianismo más esotérico. Les gustaba mantener a la fe cristiana envuelta en un aire de misterio. Como todas las otras sectas ocultas que proliferaban en el mundo griego de ese tiempo, se consideraban vendedores con un producto religioso nuevo. Y sabían que en el clima social del primer siglo, cuanto más misteriosa y mágica fuera la imagen que crearan con su propaganda, más clientes se sentirían atraídos. Así que guardaban su cristianismo bajo un envoltorio seductor.
Predicaban, por supuesto, pero es muy probable que fuera simplemente lenguaje de vendedores, el tipo de retórica vacía que estaba tan de moda y era admirada en esa sociedad. Algo así como: «Le podemos ofrecer una gnosis secreta que lo elevará a un nivel más alto de conciencia y lo llevará a los misterios de Dios mismo».
Sin duda esto resultaría atractivo para los griegos del primer siglo. Pablo no los llama herejes por lo tanto suponemos que, al menos de nombre, eran ortodoxos en sus creencias. El apóstol estaba en desacuerdo con sus métodos, demasiado similares a las técnicas de comercialización del mundo. Pablo había dejado esa clase de estrategia el día que recibió el llamado para ser predicador. Renunciamos, dice, a todo ese secreteo vergonzoso, a todo ese subterfugio y adulteración del mensaje del evangelio. Su método ?si se lo puede llamar método? era hablar de la verdad sin vueltas, en forma directa.
Él decía: «hablamos claramente». No nos quedamos en nuestro círculo de personas iniciadas sino que nos «encomendamos a la conciencia de todo hombre». No tergiversamos nuestro mensaje para agradar a nuestros oyentes; hablamos «la verdad». Es imposible para él llevar a cabo el ministerio que Dios le ha dado a menos que haya sinceridad total y honestidad absoluta. Y si alguno desafía a Pablo diciendo que las técnicas del apóstol lograban más respuesta que su predicación, su respuesta es: «Pero si nuestro evangelio está aún encubierto, entre los que se pierden está encubierto; en los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios» (4:3-4).
La referencia a «velos» y «gloria» indica que Pablo todavía se refiere al contraste entre el antiguo pacto y el nuevo pacto que describió en el capítulo 3. Allí dijo que, aunque fuera difícil creerlo, el pueblo judío no entendía claramente su propia Biblia. Hay un velo en sus mentes y corazones que los ciega espiritualmente: cuando una persona se convierte al Señor, el Espíritu Santo le quita el velo (véase 3:15-16).
En estos versículos él está generalizando sobre ese punto para incluir a todos los no cristianos, no solamente a los judíos. Pablo dice que cualquiera que oiga el mensaje del evangelio y no lo comprenda, es como un judío que lee la ley del Antiguo Testamento. Tiene cataratas en sus ojos espirituales, y eso evita que vea lo que para el cristiano es tan evidente ?la gloria de Dios en la faz de Jesucristo.
Note cuál es la fuente de esta catarata espiritual, si así la podemos llamar. El «dios de este siglo» ha cegado las mentes de los no creyentes. Esto puede significar “el dios que este siglo adora” ?en otras palabras, el diablo. Él es quien ciega la mente de los incrédulos.
Creo que esta frase debe entenderse como lo que técnicamente se conoce con el nombre de «genitivo apositivo», donde «el dios de este siglo» equivale a «el dios que es este siglo». En otras palabras, la gente hace que este siglo sea su dios. Esto es lo que los hace ciegos.
Pablo declara que una preocupación idólatra con las cosas materiales de este mundo pasajero, hace que las cosas espirituales del mundo venidero sean imperceptibles a los ojos de los hombres.
Esa interpretación me parece más coherente con la afirmación de la Biblia de que a pesar de que los hombres y mujeres no creyentes son víctimas de la ignorancia, es una ignorancia voluntaria. Aunque son espiritualmente ciegos, es una ceguera de la cual son responsables. Como han elegido adorar lo que es inferior a Dios, Él los ha entregado a una mente oscurecida, y para el diablo resulta muy fácil quitar la Palabra de Dios de sus corazones. De modo que mientras es posible ver el decreto de Dios y la malicia del diablo detrás de su falta de fe, no debemos ser completamente deterministas al respecto. La gente va rumbo a la perdición porque le da la espalda a lo evidente, no porque está atrapada por un destino inexorable, sea de origen divino o demoníaco.
En los vv. 3 y 4 Pablo hace notar que la gente no permanece en incredulidad por alguna deficiencia en la predicación sino por una barrera espiritual en el alma. Para ellos el evangelio no es un misterio porque él lo haya mantenido como misterio sino porque ellos no pueden entenderlo. Como Juan dice en su evangelio, la Luz brilla para que todos la vean. El problema es que los pecadores prefieren vivir en la oscuridad.
Si ése es el caso, uno puede preguntar cómo una persona puede hacerse cristiana. Por cierto todos estamos en la misma situación ?incluso Pablo, ya que por naturaleza todos somos ciegos espirituales.
?Absolutamente correcto ?respondería Pablo?. El único motivo por el cual mi predicación tiene algún efecto para salvar a hombres y mujeres es que Dios opta por agregarle algo que yo no puedo proveer: el milagro divino de iluminación espiritual.
«No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor, y a nosotros como vuestros siervos por amor de Jesús», escribe Pablo. «Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo» (4:5-6). El creyente puede ver porque Dios ha hecho que la luz divina brille en su corazón. Pablo todavía está hablando en primera persona, de modo que el v. 6 bien puede ser una referencia directa a su propia conversión, cuando literalmente vio la luz en el camino a Damasco.
?¿Quién eres, Señor? ?le preguntó a la visión que lo abrumó con su brillo.
?Soy Jesús ?fue la respuesta.
Y es significativo que Pablo dejó el encuentro físicamente ciego pero espiritualmente iluminado por primera vez en su vida.
Para Pablo estas palabras eran más que una metáfora. Eran un testimonio personal de lo que le había sucedido. Esa experiencia, nos dice aquí, afectó todo el tenor de su futuro ministerio de predicación. «No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor, y a nosotros como vuestros siervos por amor de Jesús» (5).
Lo que lleva a hombres y mujeres a la conversión no es el don de Pablo ni su retórica, carisma, personalidad, habilidades de publicidad o técnicas evangelísticas.
?Es el encuentro cara a cara con Jesús ?explica Pablo?, el mismo Jesús que me encontró a mí. Así que yo lo predico a Él. Le digo a la gente quién es Él y qué ha hecho, y vez tras vez, mientras lo hago, Dios por por su Espíritu quita el velo de sus corazones y ellos ven lo que yo vi en el camino a Damasco: la gloria de Dios brillando en el rostro de Jesús. La sensación es la misma que cuando uno abre las cortinas de la habitación a la mañana ?¡la oscuridad da lugar a la luz del amanecer!
En el idioma original el v. 6 es similar a Isaías 9:2: «El pueblo que andaba en tinieblas vio gran luz; los que moraban en tierra de sombra de muerte, luz resplandeció sobre ellos». Si Pablo lo tiene a Isaías en mente, tenemos un ejemplo clásico del cumplimiento de la profecía mesiánica.
Pablo no nos dice que «Dios hace la luz que ilumina el corazón cristiano» sino que ?Dios es la luz?. Dios mismo ha brillado en nuestros corazones. Lo que obtenemos al mirar el rostro de Jesús no es el don de la comprensión espiritual; es la visión de la Deidad.
Esos vendedores baratos del evangelio pueden hablar de la gnosis secreta que ellos ofrecen, pero Pablo también tiene un «conocimiento»: la luz del conocimiento de la gloria de Dios. Él deliberadamente usa el vocabulario gnóstico y se los echa en cara: ?Ofrezco este conocimiento no envuelto en trucos místicos; ofrezco conocimiento directo, en lenguaje que nadie puede interpretar incorrectamente. Lo ofrezco en el rostro de Jesús a todo a quien Dios dé ojos para verlo a El.
Usted pregunta: ¿por qué ser predicador? ¿Para qué? No hay llamado más noble en el mundo. Seguramente por esta razón Spurgeon afirmó que su púlpito le era más deseable que el trono de Inglaterra. La predicación es el evento en el cual miles y miles encuentran su camino a Damasco. Es el método de Dios para llevar la luz de Cristo a hombres y mujeres.
Quizás usted comience a vislumbrar por qué este pasaje fue tan importante para mí cuando estaba considerando embarcarme en el ministerio de predicación. En realidad, me resulta difícil expresar en pocas palabras todo lo que estos versículos han significado en mi vida a lo largo de los años en que he meditado en ellos. Se nos dice que la predicación no tiene futuro. Algunos aseguran que no vale la pena hacer el esfuerzo. Cuando alguien me hace este tipo de comentario, vez tras vez este pasaje me ha alentado. Pablo dice: “No desmayamos”.
¡No, no desmayamos!

Características de la buena predicación
Una razón por la cual la predicación no tiene mucha aceptación actualmente es que la mala predicación se ha hecho muy común. En algunos casos es mala simplemente porque es aburrida. Es increíble que el glorioso evangelio de Cristo pueda parecer monótono, ¡y sin embargo hay una cantidad de predicadores que lo logran con notable regularidad!
El resultado de ese tipo de predicación es que la gente va a la iglesia esperando aburrirse. Es lamentable la cantidad de personas que mentalmente «se desconectan» en cuanto comienza el sermón, anticipando el aburrimiento por venir. Y los que se han criado en familias cristianas, donde se los somete a la predicación desde una edad temprana, están entre los más afectados.
Pero aunque es un crimen terrible, la predicación aburrida no es el peor crimen perpetrado desde el púlpito. Hay muchas formas peores de mala predicación. Está lo que Pablo menciona aquí, por ejemplo: el engaño y la distorsión de la palabra de Dios. Es fácil para un predicador con un deseo admirable de lograr una respuesta de los corazones endurecidos, comprometer su mensaje y de alguna manera transigir y diluirlo para adaptarlo y hacerlo más aceptable a sus oyentes.
El predicador puede evitar lo desagradable, por ejemplo el infierno. Puede dejar de lado los aspectos exigentes del arrepentimiento. Puede reemplazarlos con montones de cosas apetecibles con las cuales convencer a sus oyentes ?promesas de sanidad para los enfermos, trabajo para los desempleados, promesas de arroz para los hambrientos. Puede hablar de asuntos políticos. En una ciudad universitaria puede incluir citas de los filósofos en el sermón. Puede halagar a los oyentes diciéndoles que están a la vanguardia al poder escuchar todo esto.
Y si no fuera suficiente, siempre puede usar la técnica del predicador con anécdotas y desde su texto bíblico puede seguir con una serie interminable de historias ?algunas divertidas, otras conmovedoras, pero todas entretenidas y conectadas en forma lejana con algún pensamiento remotamente vinculado con el texto bíblico inicial. Esta clase de predicación no es aburrida en absoluto. Puede ser llevada a cabo con gran habilidad y elocuencia, y puede llevar a los oyentes a pensar que están oyendo un verdadero sermón cristiano cuando en realidad no están oyendo nada por el estilo. Están siendo engañados; la palabra de Dios está siendo distorsionada. Tal predicador es un mero vendedor ambulante buscando un producto popular para ofrecer.
¿Cuáles son las características de la buena predicación? Las encontramos en este mismo pasaje.
En primer lugar, integridad. «No usamos engaños». No se puede disfrazar la verdad.
Luego, fidelidad. «No distorsionamos la palabra de Dios». La presentamos a las personas tal como es, completa, sin saltearnos los versículos incómodos.
Luego, claridad. «Presentamos la verdad claramente». No hay falta de claridad en nuestra presentación. Hablamos el lenguaje de nuestros oyentes para que lo puedan entender.
En cuarto, pero de ninguna manera último lugar, humildad. «No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor, y a nosotros como vuestros siervos por amor de Jesús» (4:5). De todas las formas de mala predicación, la peor es la que glorifica al predicador, y temo que no es rara. Por cierto que en un sentido los predicadores no pueden evitar tener un grupo de seguidores personales ?Pablo los tenía, al igual que Pedro y Apolos. Pero algunos predicadores alientan dicha adulación y planean su ministerio para cultivarla. A veces lo hacen asegurándose de que en toda oportunidad aparezca una fotografía grande de ellos en la publicidad. Otros lo hacen llenando sus sermones con ejemplos de cómo Dios los ha usado en las vidas de otras personas. Y algunos lo hacen, lamentablemente, haciendo quedar mal a otros predicadores desde el púlpito, cultivando sutil pero definitivamente la impresión de que la suya es la única iglesia de la zona donde se puede oír el verdadero evangelio. Y el resultado es siempre el mismo: un culto a la personalidad cristiana.
Estos predicadores no predican a Cristo sino que se proyectan a sí mismos. «No», dice Pablo, «no espero que me traten como a alguien famoso en todo lugar a donde voy. Si debo hablar de mí mismo, será como esclavo [ésa es la palabra que usa] por amor de Jesús». Y fue por esa humildad básica que aunque la perfidia de la iglesia corintia le dolió, no lo desmoralizó. No lo hizo desmayar. El ego de Pablo no era parte de su predicación.

La eficacia de la predicación
Otra de las razones por las cuales la predicación de hoy tiene poca credibilidad es que, como dicen muchos, aunque la predicación sea buena no vale la pena hacerlo porque no da resultados. Los investigadores en el campo de la comunicación han «comprobado» que la comunicación unidireccional (que incluye la predicación) puede reforzar actitudes y creencias ya establecidas, pero muy pocas veces puede cambiar las opiniones de los oyentes. Si uno desea que las personas se conviertan, debe dejar de predicar y en su lugar usar técnicas de grupos pequeños o diálogos personales.
Si aceptamos esta premisa, debemos llegar a la conclusión de que Jesús y los apóstoles demostraron una singular falta de conocimiento de la psicología humana cuando eligieron la palabra predicación (proclamación) para comunicar su concepto del evangelismo. Un predicador ?en griego kerux? es un heraldo, y un heraldo es precisamente uno que comunica en una sola dirección. No dialoga, sino que anuncia un mensaje que ha recibido. ¿Cuál es la falla en el razonamiento de los expertos en comunicación? No creo que la falla esté en la investigación. Está en la teología. Quienes sostienen esto suponen que la predicación cristiana es análoga a una presentación de ventas. Tiene un producto: el evangelio. Tiene consumidores: la congregación. Y el predicador es el vendedor cuya tarea es vencer la resistencia del consumidor y persuadir al público a que compre.
Según Pablo, hay una razón simple pero abrumadora por la cual esta analogía no es adecuada. El predicador no vence la resistencia del consumidor. No puede. La resistencia del consumidor es demasiado grande como para que predicador alguno triunfe sobre ella. Todo lo que el predicador hace, de acuerdo a Pablo, es poner en evidencia esa resistencia y su formidable impenetrabilidad. Si nuestro evangelio está velado, está velado para los que se pierden. El dios de este mundo les ha cegado las mentes y «no pueden ver la luz del evangelio de la gloria de Cristo».
Es un punto sumamente importante que Jesús mencionó en la parábola del sembrador. Un hombre fue y sembró su semilla. Parte de la semilla cayó en el camino, parte cayó en las rocas, parte cayó entre los espinos y parte cayó en tierra fértil. Observe la forma en que Jesús estructura la historia: un sembrador, cuatro tipos de terreno. La siembra de la semilla revela diferencias en la receptividad del terreno. Pero si esta parábola estuviera en boca de nuestro experto comunicador, las cosas se invertirían. Habría un terreno homogéneo y cuatro clases de sembradores. El primer sembrador tendría una técnica evangelística particular, pero no daría ningún resultado. El segundo usaría su propio método, pero esto tampoco causaría mucho provecho. El tercero usaría su estilo evangelístico particular, pero lamentablemente tendría muy poco efecto, y por último habría un cuarto sembrador con una buena técnica de comunicación y sólo él obtendría una cosecha.
Sin embargo, no es esto lo que sucede. La conversión cristiana no es resultado de la persuasión humana. De acuerdo a Pablo, es una manifestación de la gracia divina. «Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo».
Ésa, por supuesto, es la razón por la cual el monólogo es en realidad la técnica ideal para la comunicación. La función de la palabra es hacer que la persona, en quien Dios ya ha estado obrando en secreto por medio de su Espíritu, sea consciente de su salvación. El predicador no salva a nadie. Es un instrumento por medio del cual quienes se salvan se vuelven conscientes de ese hecho. Dios alimenta la vida espiritual en las almas por medio de su Espíritu, y luego se regocija en la respuesta libre y espontánea a su palabra cuando la gente oye la predicación.
El problema de gran parte del evangelismo de hoy en día es que está construido sobre la premisa falsa ?y aun hereje? de que todos responderán al evangelio si es presentado en forma apropiada. No es verdad. No es lo que Pablo dice sobre la ceguera espiritual en el v. 3. En la predicación lo que realmente se pone en evidencia es la clase de terreno, no la clase de predicador. El mensaje de la cruz es una locura para los que se pierden, dijo Pablo (1 Co. 1:18). Pero para quienes se salvan es poder de Dios. La palabra predicada diferencia de esta forma a los que se pierden y a los salvados.
No me interprete mal. Por cierto que el predicador usa argumento, lógica y apelación pues Dios nos habla como a seres racionales. Pero el hecho es que no hay argumento, lógica o apelación alguna que cambie la receptividad de una persona a la palabra de Dios. Si vemos que alguien recibe la palabra de Dios y la entiende, no es un triunfo del poder de comunicación del predicador. Es un triunfo del Espíritu, que secretamente ha transformado el corazón de la persona. Dios ha hecho brillar su luz en ese lugar. La predicación revela la transformación pero no la puede producir.
Indudablemente esto no nos agrada. Para empezar, nos quita nuestra mejor excusa para rechazar el evangelio: que «el predicador no era bueno». Lo que es más, le baja los humos al predicador porque entonces él no tiene nada de especial. Es Dios quien da el crecimiento; es Dios quien prepara el terreno; es Dios quien abre los ojos. Ésta es la manera en que sucede, dice Pablo. La predicación será eficaz no porque sea un buen instrumento de persuasión humana sino porque Dios ha elegido este método para abrir los ojos de las personas y hacerlas conscientes de que son su pueblo salvado.

La necesidad de la predicación
Hay una tercera razón por la cual la gente hoy ridiculiza la predicación: «Nadie escucha predicaciones hoy en día. Requiere demasiada atención en la época de la televisión. Si usted desea atraer a no cristianos a la iglesia, elimine los sermones largos. Incorpore la dramatización; invite a grupos musicales; organice proyección de películas. Desarrolle un ambiente de celebración y alabanza. Piense en la forma en que presentará el evangelio. Considere el mundo del entretenimiento y del espectáculo, y sepa qué le agrada a la gente. Considere el mundo de la publicidad; tome nota de lo que convence a las personas. ¡Luego haga su presentación del cristianismo de la misma manera!»
De ninguna manera me opongo a las dramatizaciones ni a la música ni a la celebración ni a las películas ni a cualquier cosa de ese tipo. Todo tiene algo que contribuir a la tarea evangelística de la iglesia. Pero no voy a permitir que eso sea considerado un sustituto de la predicación. ¡Y no lo digo porque soy un predicador preocupado por perder mi trabajo! Lo digo porque creo que es lo que Pablo claramente afirma en estos versículos. «Al presentar la verdad claramente nos encomendamos a la conciencia de todo hombre en la presencia de Dios».
Ésa, dice Pablo, es la forma en que el evangelio debe ser presentado a las personas. Hay algo que se llama «la verdad». El trabajo del evangelista es presentar la verdad a las mentes y conciencias de las personas en la forma más clara posible. Así que la prueba de una metodología evangelística no es cuánto disfrutaron de ella los no cristianos. Eso no tiene importancia. La prueba es cuánto aprendieron. Lo importante no es cuán eléctrico era el ambiente sino cuán claro fue el evangelio.
No digo que debamos ser indiferentes a la calidad de nuestra presentación evangelística, pero no es cierto que la gente no escuchará la predicación. Si las personas son despertadas espiritualmente a su necesidad de Dios, escucharán. Si no son despertadas a tal preocupación, no escucharán no importa cuánto entretenimiento evangelístico les presentemos. Nuestra tarea no es persuadir. Nuestra tarea es observar cómo Dios abre los ojos de los ciegos.
¿Alcanza a ver la diferencia? Las dramatizaciones, la música, las películas y la alabanza pueden complementar la predicación y agregar credibilidad al mensaje cristiano. Pueden ilustrar el gozo del mensaje cristiano y enfatizar su relevancia. Pero de ninguna manera pueden comunicar el mensaje cristiano de la forma simple e inequívoca que se logra por medio de la predicación. Y eso es lo que las personas realmente necesitan.
«Al presentar la verdad claramente nos encomendamos a la conciencia de todo hombre en la presencia de Dios». Por eso predicó Jesús; por eso predicó Pablo; por eso todo avivamiento de la iglesia tuvo lugar bajo el liderazgo de predicadores.
Quizás entre mis lectores haya quienes sientan que Dios los está llamando a ser predicadores. No quiero que tomen conclusiones impetuosas basadas en las ideas románticas que muchos tienen sobre la predicación. No es un idilio. Lea el resto de 2 Corintios y lo verá. Pero tampoco quiero que dejen de responder a ese llamado. No permitan que la mala predicación que hayan oído los desmoralice. No permitan que los comentarios negativos sobre la predicación los desaliente. No permitan que la actual falta de atención a la predicación por parte de la Iglesia los haga cambiar de opinión. Si por la misericordia de Dios están siendo llamados a predicar, no desmayen.

Tomado de The Strength of Weakness: How God Can Use Your Flaws to Achieve His Goals (La fuerza de la debilidad: Cómo Dios puede usar fallas para lograr sus objetivos), por Roy Clements (Grand Rapids: Baker Books). Usado con permiso.

Roy Clements es pastor de la Iglesia Bautista Edén en Cambridge, Inglaterra

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