por Daniel Lozano
Cuando se aborda el tema de la predicación expositiva, éste no deja de ser intimidante, porque ¿quién puede abordar esta cuestión pensando que es un buen predicador o un excelente expositor bíblico? Nos lanzamos a esta aventura con mucha humildad de corazón, pensando que tenemos mucho que aprender y que este artículo es sólo el comienzo. Además creemos que lo que vamos a compartir será de beneficio para aquellos que están haciendo sus primeras armas en este duro oficio de la predicación, y que para los más experimentados será una oportunidad de renovar algunos principios que tendemos a olvidar o a relegar a un segundo plano en el fragor de la batalla.
Comenzaremos con una afirmación: el trabajo de la predicación es uno de los más grandes, altos y gloriosos llamados a que una persona pueda aspirar; al mismo tiempo, es la necesidad más grande y urgente en la iglesia cristiana en el día de hoy y obviamente también en el mundo.
Con esta afirmación corresponde preguntarnos qué está sucediendo con la predicación en nuestros días. Ciertos profetas modernos alegan que los días de la predicación han terminado. Dicen que éste es un arte moribundo y una forma de comunicación anticuada. Los medios modernos de comunicación la han superado ampliamente; pero lo que es más, ella es incompatible con el humor moderno y las tendencias de nuestra época. Como resultado, la predicación ya no goza de la distinción y el honor que solía tener en el pasado; es evidente que en nuestros días ha sufrido un efecto de depreciación y los héroes de nuestra generación ya no son más los predicadores como antes. La pregunta entonces es: ¿por qué ha sucedido?
Consideremos algunas razones para la depreciación de la predicación. Primero, la influencia de la comunicación masiva. La televisión, que no es sólo auditiva sino visual, y que demanda la participación o atención del oyente. ¿Es la televisión un rival de la predicación? ¿Ha reemplazado esta caja al púlpito en la iglesia? Sin duda la televisión tiene sus grandes ventajas en la comunicación, pero también grandes desventajas. Por ejemplo, no podemos dudar de sus beneficios; permite participar de eventos que por falta de dinero, tiempo o salud están excluidos o lo estarían para el hombre de la calle.
¿Cuáles son, entonces, algunas desventajas de la televisión? Primero, es evidente que tiende a hacer perezosas a las personas; el entretenimiento entró a su casa y depende del toque o giro de un botón. La televisión condiciona a la gente a ser más reacia a asistir a la iglesia y más sensible a las interrupciones. La segunda es que induce a una persona a no tener una mente crítica; después de un largo día la gente quiere ser entretenida, se contagia de la enfermedad «espectadoritis», las imágenes son más fuertes que los principios y las figuras más poderosas que los argumentos. La tercera razón es que hace a la gente emocionalmente insensible; trae a la pantalla la guerra, el hambre, la pobreza, temblores, diluvios y huracanes, pero hay un límite para el volumen de pena y tragedia que nuestras emociones pueden resistir; entonces decidimos apagar la televisión o continuar mirando sin emociones. También, en cuarto lugar, convierte a la persona en desordenada moral, aunque esto no significa que súbitamente imita lo sensual o violento. Sin embargo, un estudio hecho en 1977 revela que la violencia en la televisión impele a los televidentes a comportarse en formas que de otra forma no lo harían. Nuestra comprensión de lo que es normal empieza a modificarse; aceptamos la violencia cuando somos provocados, la promiscuidad sexual cuando somos tentados, y las compras extravagantes cuando nos son ofrecidas, quizá en propagandas u ofrecimientos especiales.
¿Por qué se ha depreciado la predicación? Porque nuestra generación básicamente quiere ser entretenida y la predicación es más bien algo «unidimensional». Se dice que es imposible hacer algo significativo en la televisión si solamente se dispone de una cabeza cuya boca habla; debe haber elementos teatrales, caídas de agua, flores, tomas en diferentes ángulos, gráficos, etc. Esto no es más que una demostración de nuestra adaptación a la influencia de la comunicación masiva moderna. Miramos algo durante quince minutos, interrumpidos por dos o tres avisos comerciales sobre diferentes temas, y todo está estimulado de manera visual. Esto crea una generación de personas cada vez menos dispuestas a escuchar a alguien que simplemente habla. La situación se ha trasladado a la iglesia, donde los sermones son cada vez más cortos; en muchas congregaciones ahora la predicación es de sólo quince minutos, mientras la música ocupa dos horas o más.
¿Cuál es la segunda causa de la depreciación de la predicación? La tendencia de la gente a rebelarse contra la autoridad. Este fenómeno no es nuevo; desde la caída del hombre su naturaleza ha sido rebelde: «Por cuanto la mente carnal es enemistad contra Dios; porque no se sujeta a la ley de Dios, ni tampoco puede» (Ro. 8:7). Lo que parece nuevo en esta tendencia es la rebeldía a nivel mundial y los elementos filosóficos de la gente. De manera que el siglo XX ha sido revolucionario, como lo dicen sus dos guerras mundiales; todas las autoridades han sido desafiadas, la familia, la escuela, la universidad, el estado, la iglesia, la Biblia, Dios y todo lo que tiene sabor a establecimiento, poder o privilegio. Con esta misma tendencia muchos ven en el púlpito un símbolo de autoridad contra el cual hay que rebelarse, y cada uno se sienta a juzgar a los demás, en especial al predicador.
La tercera razón es la nueva orientación psicológica, no sólo de nuestra sociedad sino también de la influencia entre creyentes. Sucede cuando el predicador enfoca su mensaje con sentimientos o palabras emocionales más que con la verdad. En lugar de tener objetivo dirigir a los hombres a Dios, la predicación se concentra más bien en los hombres, en el público. Es una predicación que resuelve problemas; el predicador es un cuasi psicólogo: la preocupación es sacar a la gente de sus problemas, que experimenten más amor, que se sientan realizados, que alcancen una mayor autoestima, éxito, realización personal, etc. Todas estas cosas son buenas, pero son llevadas a un extremo donde se pierde el equilibrio apropiado.
Recuerdo que a nuestra iglesia vino una señora que por muchos años había estado asistiendo a otra iglesia, y comentó que por primera vez en su vida se dio cuenta de que el cristianismo consistía principalmente en honrar a Dios y no tanto en tratar de lograr cosas para uno mismo. Un día con una expresión de euforia dijo: ?Nunca en mi vida he estado en un lugar donde Dios sea el centro.
¿Por qué llegó a pensar así esta mujer? Porque las predicaciones habían estado orientadas de manera que el punto focal no era Dios sino el problema personal.
En cuarto lugar, otro motivo que ha provocado la depreciación de la predicación es la falta de claridad de lo que es la predicación misma. La predicación está tan diversificada que es difícil determinar qué es realmente predicación bíblica, y menos aún expositiva. Un pastor después de dos años de ministerio dijo: ?Dejé el ministerio porque no tengo más qué decir, y lo que he dicho no sé si es realmente la verdad.
Si usted no tiene confianza o seguridad en lo que va a decir, es porque no sabe cuál es el mensaje; y si no lo sabe, no puede predicar. Cada predicador debiera ser un pequeño teólogo. La declinación en la predicación se debe a que nosotros mismos hemos contribuido con nuestro grano de arena.
En quinto lugar, la falta de entrenamiento adecuado. Son pocos los casos de hermanos que salieron del seminario diciendo que realmente habían aprendido a predicar, que habían aprendido a relacionar los recursos exegéticos y teológicos en el proceso de la proclamación. Para una gran mayoría ni aun en la escuela bíblica hubo entrenamiento relevante sobre exposición bíblica ni formas de relacionarla con otras disciplinas para formar un puente que pueda equiparnos con este propósito.
El predicador británico John Stott afirma que hay una parálisis en los dos extremos de la comunicación; por un lado, la parte que habla y por el otro, la que oye. Un predicador mudo con una congregación sorda presenta una espantosa barrera de comunicación. Los problemas mencionados han debilitado tanto la moral de algunos predicadores, que éstos han llegado a rendirse casi por completo; otros están luchando pero han perdido el entusiasmo. Y todos hemos sido afectados de una manera u otra. Algunos se contentan con presentar «sermoncitos» para «cristianitos»; no tienen el tiempo o el incentivo para la predicación profunda. Otros proyectan una película en sus reuniones, y aunque éste es un buen ministerio puede llegar a convertirse en un sustituto para hermanos que se han rendido en el proceso de la proclamación. Otros son tan indefinidos teológicamente, que dicen cualquier cosa desde el púlpito y abandonan el rol por la presión de las circunstancias.
¿Cómo encarar estos problemas? La solución no está simplemente en contemplarlos, menospreciarlos ni ignorarlos; la mejor forma de defensa es el ataque. Esto significa conocer decididamente lo que en verdad es la predicación; vencer los problemas mencionados porque creemos con todo el corazón que la predicación es un mandato bíblico y lo debemos cumplir con una enérgica motivación interna.
Consideremos brevemente la importancia de la predicación. En vista de la tendencia del día de hoy de depreciar la predicación a expensas de otras formas de actividades, debemos comenzar con una premisa: «La predicación es la tarea principal de la iglesia y en consecuencia del ministro en la iglesia; todo lo demás es subsidiario y se considera resultado y consecuencia de su práctica». Esta aseveración que al principio puede parecer demasiado fuerte, está respaldada por las evidencias de la Biblia demostradas por la historia de la iglesia. Para ser todavía más específicos, la importancia y supremacía de la predicación es primariamente de origen teológico. Consideremos primero la importancia teológica de la predicación; la necesidad del hombre y el remedio que proclama la Biblia.
¿Cuál es la más grande y profunda necesidad del hombre? ¿Es acaso su enfermedad física la más grande, notoria y relevante preocupación y necesidad? ¿Es acaso su enfermedad psicológica? ¿Su enfermedad espiritual? ¿Sus desorientaciones, miserias, ansiedades, depresión o quizá temor por el futuro, vacío interior, falta de gozo, infelicidad?
El problema real del hombre, problema del cual derivan todas las otras consecuencias, es que es rebelde contra Dios y por lo tanto está bajo la ira de Dios.
Nos preguntamos: ¿cuál es el diagnóstico bíblico? En Efesios 2:1 vemos cuál es la necesidad básica: «Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados». El hombre diagnosticado bíblicamente está muerto a los ojos de Dios, al reino espiritual y a la influencia de sus beneficios. Otra forma de decirlo es que está ciego: «Pero si nuestro evangelio está aún encubierto, entre los que se pierden está encubierto; en los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios» (2 Co. 4:3-4). El hombre está muerto y ciego, en tinieblas. Además: «Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas» (Jn. 3:19). Pablo afirma: «Esto, pues, digo y requiero en el Señor: que ya no andéis como los otros gentiles, que andan en la vanidad de su mente, teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón; los cuales, después que perdieron toda sensibilidad, se entregaron a la lascivia para cometer con avidez toda clase de impureza» (Ef. 4:17-19). Y luego: «Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz» (Ef. 5:8).
Los términos tinieblas, vanidad de la mente, entendimiento entenebrecido, pérdida de toda sensibilidad, tinieblas, etc. pueden resumirse en una sola expresión: ignorancia. De acuerdo al diagnóstico bíblico, la enfermedad física, la ansiedad, la depresión, la infelicidad y todas las otras cosas que perturban al hombre son simplemente resultados y consecuencia de la caída del hombre; son síntomas de una enfermedad básica: su rebeldía contra Dios y la consecuencia de encontrarse bajo la ira divina.
El remedio bíblico para la más grande necesidad del hombre es eliminar la ignorancia (Hch. 17:23), llevarnos al conocimiento de la verdad (1 Ti. 2:4) para reconciliarnos con Dios (2 Co. 5:19). La principal tarea de la iglesia y del siervo de Dios es tratar con esta ignorancia. En consecuencia, la predicación adquiere relevancia y se convierte en una tarea irreemplazable. «Os llamó de las tinieblas a su luz admirable» (1 P. 2:9). «No he rehuido anunciaros todo el consejo de Dios» (Hch. 20:27). Conclusión: ¿Cuál es el propósito de la predicación? En el momento que somos conscientes de la real necesidad del hombre y conocemos el remedio de Dios, resulta obvio que solamente aquellos que poseen este conocimiento pueden impartir este mensaje a los que lo ignoran, y ésta es la tarea principal de la iglesia y de los siervos de Dios, la predicación.
¿Cuál es el énfasis contemporáneo? La falacia del pensamiento de muchas iglesias en el presente es creer que la función de la iglesia es, en el aspecto físico, aliviar al hombre de sus dolores, enfermedades, achaques y decadencia; en el aspecto psicológico, sacarlo de sus ansiedades, depresiones y falta de autoestima, mejorándolo espiritualmente de sus temores por el futuro, falta de gozo e infelicidad. Todo esto es positivo y correcto; sin embargo, el resultado es que haciendo todas estas cosas no estamos dando más que paliativos, alivio temporal, mientras que estamos dejando el problema primario sin resolver.
Si estas cosas se transforman en el énfasis de nuestro ministerio y la tarea principal de nuestra iglesia, se pueden convertir en negativas y hasta dañinas.
Una amiga nuestra en Buenos Aires padecía de fuertes dolores de cabeza. Fue al médico, quien después de examinarla cuidadosamente no encontró nada serio en ella y le recetó unos calmantes más fuertes de los que estaba tomando por su cuenta. El dolor de cabeza desapareció; ella quedó contenta y el médico también. Al poco tiempo los dolores reaparecieron con mayor intensidad y cubrían también parte del oído. Decidió ir a otro médico, quien detectó que podía ser algo en el cerebro. Un examen más minucioso reveló la presencia de cáncer cerebral; debieron ponerla bajo radiaciones con todo lo que esto implica, pero ya el tumor estaba demasiado desarrollado y nuestra en pocos meses murió. No podemos decir que recetar un calmante para un síntoma como éste sea malo, pero en este caso resultó ser un acto criminal. Si removemos los síntomas antes de descubrir su causa, más bien estamos haciendo un daño a la persona porque le estamos dando un alivio temporal que le hace pensar que está bien.
Lamentablemente éste es el énfasis de nuestra iglesia contemporánea; primero la sociedad le da al hombre moderno mejores salarios, autos, casas, mejores placeres, radio, televisión en su hogar. Esto es lo que persuade al hombre a pensar que todo está bien, y temporariamente se siente feliz. La iglesia por otro lado le da cuidado de niños, actividades sociales, consejería, sanidad, principios psicológicos, y el resultado es un efecto de drogadicción. Todas estas cosas, sin ser malas, se transforman en dañinas porque al producir un efecto sedativo ocultan la realidad del verdadero problema.
La predicación es la tarea principal de la iglesia y en consecuencia del ministerio en la misma. Su función primaria no es hacer al hombre mejor de lo que era ni educarlo, sanarlo físicamente, curarlo psicológicamente, ni siquiera hacerlo feliz. La función principal es ponerlo en una correcta relación con Dios; en otras palabras, reconciliarlo con Dios. Lo extraordinario es que cuando la iglesia cumple con su función primaria, paralela o consecuentemente hace que el hombre sea mejor, lo educa, cura sus problemas psicológicos, contribuye a que sea más feliz. Sólo la iglesia es la institución especialista que puede llevar a cabo su tarea principal; predicar para que el hombre se reconcilie con Dios no entra en competencia con los médicos, psicólogos, políticos o agencias sociales. Su tarea es única, distintiva. Su tarea es predicar la Palabra de Dios.
Daniel Lozano, argentino, es pastor de una pujante iglesia en Glendora, California.