por Richard Owen Roberts

El arrepentimiento siempre debe comenzar dentro de la casa de Dios. Sin lugar a duda, el mejor lugar para empezar es entre nosotros, los predicadores. Examinemos algunos de los errores en la predicación que ponen barreras al avivamiento.
La predicación centrada en el hombre. Todos nosotros, por nuestra naturaleza humana, nos amamos a nosotros mismos más que a Dios, y amamos al pecado más que a la justicia. La verdadera predicación del evangelio hace evidente la maldad de centrarse en nosotros mismos y llama a los oyentes a una verdadera conversión. Sólo por medio de una genuina conversión cristiana puede ocurrir un verdadero cambio de corazón y de estilo de vida, haciendo posible que obedezcamos los grandes mandamientos de Cristo: amar a Dios con todo el corazón, el alma, la mente y las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo (Mr. 12:29-31).
La predicación centrada en el hombre no puede resultar en conversión total. Lamentablemente, la predicación común se enfoca, en necesidades percibidas, necesidades que generalmente son dramáticamente diferentes de las necesidades verdaderas. Por ejemplo, muchos de los que piden a gritos ser aceptados lo que realmente necesitan es arrepentimiento, y las multitudes que vienen a la iglesia para recibir consuelo deben ser sacudidas severamente y despertadas para que salgan de su sueño letal.
En un día en que las multitudes han oído demasiado sobre al amor propio, la predicación centrada en el hombre solamente fortalece a los hombres en su perdición. Esta clase de predicación bien puede agregar un aspecto religioso a su vida, aún una apariencia de fe a la cual se aferra vanamente, pero no trae a los oyentes a una relación de salvación con Jesucristo.
Todo predicador está en peligro de decir a su congregación lo que ellos desean oír. Los motivos para esto son muchos, incluyendo un salario mejor, más aplauso, y una vida más fácil. Si el predicador ha sido llamado por hombres, les puede decir sinceramente a los que lo llamaron lo que desean oír, pero ¿qué si ha sido llamado por Dios? ¿Cómo puede atreverse a hablar menos que toda la verdad de Dios?
Todo avivamiento verdadero constituye un retorno de personas a Dios. Por ello, toda predicación que no está centrada en Dios ?que no levanta y exalta al Dios de la Biblia por sobre todo lo demás, llamando a todos a que vuelvan a Él? resultará ser una barrera para el avivamiento. Que Dios nos libre a todos de esta traba.
La predicación tímida. ¿Qué les ha sucedido a los valientes predicadores cuyas denuncias severas del pecado y advertencias impresionantes de la condenación por venir sacudían al mundo? ¿Somos una cultura demasiado avanzada para ser afectada por los profetas de Dios, o es que los hombres que pensamos que son llamados por Dios son demasiado tímidos para decir la verdad?
Tomemos el ejemplo de Daniel. ¿Está usted preparado para enfrontar su cueva de leones sin temor? ¿Está de parte de Dios, con coraje, aunque esté solo? ¿Sus propósitos están firmes? ¿Todos los que lo conocen saben sin lugar a dudas a qué está comprometido? ¿Se atreve a enfrentar a los no regenerados en su congregación, llamándolos al arrepentimiento y a la fe, aún cuando están tramando para que usted se vaya? ¿Se atreve a insistir que los ricos y prestigiosos deben seguir el mismo camino de someterse a Cristo que los más pobres? ¿Se atreve a predicar contra los pecados favoritos de su congregación, o es su predicación atractiva y aceptable a los que odian a Dios entre su gente? ¿Se atreve a vivir una vida de simplicidad piadosa y de santidad abierta para que el mundo la observe? ¿La valentía de Daniel caracteriza sus devocionales diarios? ¿El coraje de Cristo caracteriza su caminar como cristiano? ¿La pasión sin temor de Pedro caracteriza el poder de su predicación? Los cristianos sin coraje son una extraña y patética contradicción y son una constante traba para el avivamiento.
La predicación que invoca fuegos extraños. En Levítico 10 se cuenta la historia perturbadora sobre Nadab y Abiú que introdujeron “fuegos extraños” al medio de la obra de Dios. Este incidente ocurrió en el momento de la inauguración del sacerdocio aarónico y en el tiempo en que salió fuego de la presencia de Dios para consumir el sacrificio. Alentados por su propio orgullo y su falta de control propio, estos hermanos ofendieron gravemente al Señor con sus “fuegos extraños” y ellos mismos fueron consumidos por fuego de la misma fuente que el que quemó el sacrificio.
Los “fuegos extraños” representan todos los actos y las actividades de personas en ministerio que salen de sus propios corazones orgullosos y espíritus indisciplinados. El servicio y la adoración a Dios deben estar bajo el control y la autoridad de Dios mismo. Las Escrituras guían y gobiernan la vida y el ministerio de la iglesia en todos sus aspectos. Dios ha hablado y los hombres no están en libertad de introducir sus propias ideas y costumbres obra. Los verdaderos hombres de Dios pasan su tiempo y energía buscando y siguiendo los deseos de Dios como El los ha revelado en la Biblia.
Cada acto arrogante en la iglesia es una traba para el avivamiento. Puede ser que Dios no envíe su fuego a consumir a estos hombres, pero cuánto mejor sería para ellos que se arrepientan y vuelvan al Señor ahora.
La predicación que exalta al que predica. Algunos predicadores aman las palabras y frases complicadas y específicas más que la verdad divina, y la simetría de sus sermones más que el bienestar de sus oyentes. Qué tragedia que la predicación, que fue instituida por Dios como medio de salvación para los oyentes que tuvieran fe, resulte ser una de las mayores barreras al progreso del evangelio y una gran barrera para el avivamiento.
Ciertamente hay belleza en las palabras cuidadosamente ordenadas ?las bienaventuranzas de Mateo cinco son un ejemplo maravilloso de esto, así como también lo es el capítulo sobre el amor de 1Corintios 13? pero la belleza se convierte en algo horrible cuando el motivo es impresionar a los hombres en lugar de darle gloria a Dios.
La manera en que usted prepara un sermón, ¿pone trabas al avivamiento? ¿Qué recibe más atención: los adornos de sus palabras y frases, o la oración pidiendo la unción del Espíritu Santo? ¿Cuál es su énfasis principal: que su audiencia disfrute el mensaje y alabe al predicador, o que el pecador llore lágrimas de contrición y arrepentimiento? ¿Qué busca su corazón: el placer de saber que su sermón fue especialmente bueno, o el gozo de ver que su gente ha sido radicalmente cambiada por la verdad de Dios?
La predicación que no es doctrinal. Una ola de ignorancia bíblica patética ha visitado a la iglesia contemporánea. Mucha de la causa de esta ola son los predicadores que erróneamente desprecian la doctrina en la predicación y cuyos labios no santificados dicen tales cosas como “¡No predique doctrina! ¡Divide!” ¡Por supuesto que divide! ¡Nunca fue el plan de Dios tener más cabras que ovejas en su rebaño! Y sin embargo eso es precisamente lo que ha sucedido en muchísimas iglesias.
Mientras las Escrituras indican claramente que siempre habrá algunas malas hierbas en el campo de cultivo, y que habrá algunas cabras entre las ovejas, la figura bíblica no representa la realidad que prevalece en el día de hoy. Actualmente, en cambio, las malas hierbas son más numerosas que el trigo y los cabritos son más comunes que las ovejas.
El resultado directo de la predicación sin doctrina es que millones de personas que van a la iglesia creen que son cristianos en base a lo que han hecho, y en una época más cuerda su proclamación de fe sería denunciada como ni más ni menos que una aceptación intelectual.
Que se avergüence el predicador que no puede predicar la soberanía de Dios, la depravación del hombre, la ira del Todopoderoso, la condenación eterna del no creyente, la expiación de Cristo, la necesidad imperativa de la regeneración, la justificación de los pecadores por la fe verdadera, y todas las otras doctrinas de la palabra de Dios que nos hacen pensar y nos demuestran nuestra culpa.
La predicación que es irrelevante o de pocos resultados. En los últimos veinte años la sociedad ha cambiado radicalmente. Mi predicación también ha cambiado radicalmente. Cuando empecé a predicar, la gente sabía que había un Dios suficientemente grande como para haberlos creado, que tenía la autoridad para darles órdenes sobre sus vidas y controlar sus futuros. Hoy hay multitudes que dicen creer en Dios y no saben casi nada sobre el Dios de la Biblia. Frecuentemente adoran y sirven a un dios que no es más grande que sus propias imaginaciones.
Jesús nos enseñó que “no son los sanos los que necesitan un médico, sino los enfermos” (Mateo 9:12). Antes de predicar la gracia que sana debemos predicar la ley, haciendo posible que la gente sienta su enfermedad. Predicar la gracia a los que nunca han sentido culpa gracias a la ley es una infracción grave en contra de los caminos de Dios. Predicar la verdad que no puede ser apreciada y recibida por los oyentes siempre es un impedimento al despertar espiritual.
La predicación que no tiene autoridad. ¿Cómo puede leer uno la vida de Jesús sin darse cuenta de la autoridad con que El conducía su ministerio? La misma autoridad esencial es evidente en los ministerios de los hombres del tiempo del Nuevo Testamento. ¿Tal autoridad, es un don especial para Jesús y los primeros apóstoles, pero no para el tiempo actual? ¡Por cierto que no! Hay hombres con autoridad tanto hoy día como en todas las generaciones pasadas, pero ¿por qué algunos hombres hablan con autoridad y otros sin hacer impacto alguno?
¿Puede un hombre llamado por sí mismo predicar con la misma autoridad que un predicador llamado por Dios?
¿Puede un hombre cuya conciencia lo condena por un pecado secreto en su vida predicar con la misma autoridad que otro cuya conciencia no lo condena? (1 Juan. tenemos que enfrentar el hecho de que hay hombres llamados por sí mismos en el ministerio. Puede que sean hombres con buenas intenciones, pero tendrán un trabajo diferente de aquellos que son llamados por Dios. Nadie que escucha su predicación se debería sorprender por la falta de autoridad.
Mientras que algunos quisieran ignorar esto, los hombres que están en el ministerio cuyas vidas están teñidas por malos deseos no conquistados y por pecados que los dominan son muchos. Es totalmente imposible para un hombre que rechaza el mandamiento de Dios “Sean santos porque yo soy santo” (1 Pedro 1:16 NTV) predicar con autoridad divina. Las iglesias debilitadas y los cristianos que viven una vida de fracaso, afligidos por los ministerios de estos predicadores, están en todas partes.
Los predicadores tratan con los asuntos más significativos que los seres mortales tienen que enfrentar: asuntos de vida y muerte, de esperanza y destrucción, de salvación y de condenación eternas. Sin embargo, frecuentemente tratan estos aspectos sagrados con poco entusiasmo y pasión.
En 2 Pedro 1, el apóstol habla de esfuércense al máximo a nuestra fe complementando “excelencia moral” o “poder moral” o “energía moral”. La fe debe ser complementada por la pasión.
Quienes oyen la predicación tienen el derecho de estar seguros de que el predicador está moralmente convencido de lo que dice, que lo cree con todo su corazón, y que es sumamente importante. Si el oyente tiene motivo para dudar la sinceridad del predicador, sus dudas en el mensaje predicado se fortalecen.
La predicación sin poder. Muchas congregaciones están condenadas a escuchar a un predicador sin poder, uno en quien el fuego de Dios nunca parece tocar.
Para algunos es un asunto muy práctico, están demasiado ocupados para buscar el poder del Espíritu Santo en sus ministerios. Recibir el poder de Dios lleva tiempo. Está relacionado con sesiones largas de oración y de buscar a Dios. El verdadero poder del Espíritu Santo no es algo que uno siempre posee luego de haberlo recibido una vez, sino que debe ser buscado en forma fresca en conexión con cada oportunidad de servicio. ¡Oh, la tragedia de aquellos demasiado ocupados para buscar a Dios!
Para demasiados, es un asunto moral porque están demasiado ocupados para permitir que la influencia profunda y misericordiosa del Espíritu Santo obre a través de ellos. Fue Job que observó: “[?] los de manos limpias se vuelvan cada vez más fuertes” (Job 17:9 NTV). (Job 17:9 NTV). Lo opuesto también es cierto — las manos sucias siempre roban a los hombres de poder. Qué triste es que las multitudes escuchan, semana tras semana, a hombres sin poder con manos y corazones sucios.
La predicación que sana superficialmente. En Jeremías el Señor lamenta, “Desde el menos importante hasta el más importante, sus vidas están dominadas por la avaricia. Desde los profetas hasta los sacerdotes, todos son unos farsantes. Ofrecen curas superficiales para la herida mortal de mi pueblo. Dan garantías de paz cuando no hay paz.” (Jeremías 6:13-14 NTV). Estas palabras ciertamente son veraces hoy y su aplicación es muy evidente. Por la avaricia, sea amor al dinero, amor al poder, amor a la popularidad, amor a las multitudes, o amor al éxito, las multitudes desde el profeta hasta el sacerdote están tratando con falsedad, declarando sanadas a personas que todavía están fatalmente enfermas.
Piense en una persona que se está muriendo de cáncer pero ha tenido miedo de buscar asistencia médica. Imagínese que su familia y sus amigos finalmente lo convencen, hacen una cita, y lo llevan al médico. Debido a su debilidad, necesita ayuda para salir del automóvil y caminar al consultorio, pero finalmente se queda sin fuerzas en la entrada del edificio, cayéndose en los rosales cuyas espinas lo lastiman en las manos, los brazos y la cara. Cuando el médico lo ve se ocupa tratando las heridas que le causaron las espinas, mandándolo a su casa asegurándole que todo está bien, mientras que es el cáncer lo que lo está matando, no los rosales.
Una gran parte de la predicación de hoy trata solamente con heridas superficiales. Millones han sido declarados sanos mientras que en realidad se están muriendo del cáncer del pecado.
¿Lamenta el Señor Dios omnipotente la falsa naturaleza sanadora de su ministerio? ¿Es una barrera para el avivamiento en su vida y en su iglesia?
La predicación que no solicita respuesta o solicita una respuesta falsa. Los predicadores deben tener cuidado con dos extremos: por un lado, nunca pedir una respuesta al mensaje, y por otro lado, la idea de que una respuesta externa inmediata a una predicación siempre resultará en salvación eterna.
Mucha predicación no parece tener objetivo. Si hay algo que los oyentes deberían hacer en respuesta, no se menciona qué debería ser. En este caso, uno debe preguntarse si en realidad esto es predicación. Debemos enfrentar una verdad solemne: la predicación que no solicita respuesta y tampoco dirige a las personas hacia una aplicación correcta es una verdadera traba para el avivamiento.
La traba para el avivamiento es igualmente grande cuando se pone demasiada confianza en respuestas públicas. No cuestionamos que el Espíritu Santo sea suficientemente poderoso para transformar a una persona total y permanentemente en respuesta inmediata a la verdad. Sin embargo, esta no es la forma en que el Espíritu Santo generalmente obra. En el ministerio de Jesús, la mayor parte de las respuestas duraderas vino después de varios años de discipulado. Las menciones de personas que en un momento fueron expuestas a parte de la verdad y finalmente fueron salvas son pocas. Lo que estoy enfatizando es el aspecto de “parte de la verdad”. La mayoría de los sermones de hoy son tan superficiales que casi cualquier verdad tiene que ser comunicada en forma incompleta. Seguramente había sabiduría en la antigua práctica de los predicadores itinerantes de predicar por varios días, aún semanas, antes de solicitar una respuesta de la congregación.
Un factor contribuyente a la declinación moral y espiritual de esta generación es el impacto negativo de las vidas inconsistentes de millones que profesan ser cristianos y nunca han sido realmente transformados por el Espíritu Santo. También está el gran énfasis en buscar respuestas prematuras a sermones. Este último es un problema que todo predicador con amor puede corregir inmediatamente.
Nosotros, los que predicamos, no necesitamos buscar barreras al avivamiento en otros hasta que no hayamos eliminado primero todas las trabas en nuestras propias vidas y ministerios. Comprometámonos, juntos, a cambiar lo que debemos.
¿Pero qué de aquellos que no han sido llamados a predicar? ¿Hay alguna manera en que usted ha contribuido a esta traba? ¿Se arrepentirá si así es? Entonces, comprométase a orar que todos los predicadores que usted conoce superen estas barreras. A sus oraciones agregue cualquier ayuda y aliento que le sea posible. Juntos, con la ayuda de Dios, estas trabas pueden ser removidas.

Leave a Reply